La segunda vida de Viola Wither de Stella Gibbons
ISBN: 978-84-15578-02-4
Encuad: Rústica
Formato: 14 x 21 cm
Páginas: 464
PVP: 22,75 €
Traducción
de Laura Naranjo y de Carmen Torres García
Viola Wither es una
chica encantadora y no muy avispada que se casa con un hombre con posibles al
que no ama realmente. Cuando su marido fallece, Viola se queda en la más
absoluta miseria, por lo que no tendrá más remedio que vivir con su familia
política en The Eagles, una casa en la que todo es tristeza y oscuridad. El
señor Wither es un hombre tacaño y gris. La señora Wither la ignora desde el
principio y sus dos cuñadas, Tina y Madge, piensan demasiado en sí mismas como
para ocuparse de ella. Por fortuna, siempre existirán las fiestas benéficas y
la posibilidad de cruzarse en ellas con Victor Spring, el ídolo local, un
hombre rico y algo superficial con el que todas las mujeres sueñan en silencio.
Después de leer un libro sobre
psicología femenina titulado Las hijas de Selene, que una amiga de la escuela
le había prestado, Tina había decidido enfrentarse a su propia naturaleza, por
muy vergonzosa, negativa o espantosa que fuera (el libro advertía a sus
lectores de que la verdad sobre uno mismo podía avergonzarles, espantarles o
provocarles rechazo); y una de las realidades inherentes a su propia naturaleza
a las que había tenido que enfrentarse era que no apreciaba en lo más mínimo a
su familia.
Por no querer, no había querido ni
siquiera a su único hermano, Teddy; y aquello era de lo más espantoso, pues
Teddy había muerto hacía apenas tres meses.
Viola era su viuda. Había estado casada
con él durante un año, y ahora venía a instalarse con la familia de su marido
en The Eagles. Cada vez que a Tina le asaltaba la idea de que no había querido
a Teddy mientras vivió, lo que peor le hacía sentir era constatar que Viola,
una muchacha tan joven con multitud de pretendientes, había elegido a Teddy
precisamente, y lo había amado lo suficiente como para casarse con él. «Supongo
que no soy normal —tendía a pensar—. Aunque nunca supimos mucho de Teddy una
vez que se hizo adulto. Jamás nos contaba nada de su vida, como hacen otros
hombres con sus hermanas y sus padres. Pero eso no es excusa: no haber querido
a mi único hermano me convierte, como poco, en alguien anormal.»
—¿Quieres que te lleve a la
estación, madre? —se ofreció Madge, deteniéndose junto a la puerta.
—Oh, no estarás de vuelta a tiempo,
querida.
—No importa; lo haré si quieres que
te acerque. A Madge le encantaba conducir, pero como el señor Wither decía que
no sabía, apenas tenía la oportunidad de practicar.
—Oh, gracias, cariño, pero acabo de
decírselo a Saxon. Traerá el coche sobre las doce y diez.
—Ah, está bien, si prefieres la manera
de conducir de Saxon a la mía…
—No es eso, cariño. Y creo que
Saxon ahora conduce bastante bien.
—Ya era hora; después de las dos
amonestaciones, el nuevo guardabarros y la multa, ya puede…
Y se marchó silbando. La señora
Wither se inclinó para recoger el periódico del suelo pero, como el señor
Wither ya había alargado distraídamente la mano, pensó que sería mejor dejarle
que se lo quedara.
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