Haruki
Murakami
Después
del terremoto
Estuvo
cinco días enteros sentada frente al televisor. En silencio, con los ojos
clavados en las imágenes de hospitales y bancos derruidos, calles comerciales
calcinadas por el fuego, líneas férreas, autopistas cortadas.
Hundida en el sofá, con los labios apretados con fuerza, ni siquiera respondía cuando Komura le hablaba. Ni tan sólo afirmaba o negaba con un leve movimiento de cabeza. Él ni siquiera tenía claro si ella llegaba a percibir su voz.
Hundida en el sofá, con los labios apretados con fuerza, ni siquiera respondía cuando Komura le hablaba. Ni tan sólo afirmaba o negaba con un leve movimiento de cabeza. Él ni siquiera tenía claro si ella llegaba a percibir su voz.
Su
esposa era de Yamagata y, que Komura supiese, no tenía ni familiares ni
conocidos en los alrededores de Kobe. A pesar de ello, de la mañana a la noche,
no se apartaba del televisor. No comía ni bebía, al menos su presencia. Ni
siquiera iba al lavabo. No hacía el menor movimiento, aparte del de cambiar de
canal con el mando a distancia.
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