martes, 18 de octubre de 2011

Premio Planeta 2011 para Javier Moro y finalista Inmaculada Chacón


Javier Moro por El imperio eres tú ha sido el ganador del Premio Planeta, la novela trata la historia de Pedro I de Brasil (1798 – 1834) como emperador. Nombrado por su padre Juan VI de Portugal, príncipe regente. Pedro se unió a la causa independentista y primero fue nombrado defensor perpetuo de Brasil y después emperador. Tuvo una vida muy agitada y un reinado que duró nueve años. —“que renunció a ser emperador de Iberia”— trasladó de Lisboa a Río de Janeiro. Una decisión que “hizo de Brasil el gran país que es”. «Mitad Don Juan, mitad Quijote, hasta la inmensidad de sus Américas se le quedó pequeña», insistió Javier Moro aludiendo al Rey Soldado protagonista de la obra. Mezcla de aventuras, viajes y aventuras por igual en esta novela.

Inma Chacón es la finalista por Tiempo de arena, su novela es la historia de tres hermanas de finales del siglo XIX y principios de XX en una compleja familia. La escritora apuntó que su obra trata “los derechos de la mujer” en un tiempo en el que las mujeres eran supeditadas por padres, maridos convirtiendo su vida en eternas menores de edad. «La historia de tres hermanas que luchan por su lugar en el mundo que se mezcla con el misterio de la desaparición de unos niños» así es como explica la autora de que trata la novela.

Ya es la 60 edición que cumple este galardón y por ello ayer los Príncipes de Asturias la presidieron entregando los premios a los ganadores los cuelas recibirán 601 000 euros el autor de la obra ganadora y la obra finalista 150 250 euros que recibirán como premio.

Extractos:

Munda recordaría siempre aquel viaje de vuelta de Manila: el barco lleno de gente que huía de la guerra; su padre enfermo en el camarote, esforzándose por respirar el aire pesado y húmedo que sus pulmones rechazaban; su mirada serena cuando se despidió de sus hijas una por una; la llegada al puerto de Alicante, donde las esperaban su abuela —la marquesa viuda— y una cohorte de familiares a los que nunca había visto; el viaje en tren a Madrid, con el féretro de su padre en el vagón de cola; el trasbordo al tren de Toledo; la llegada del cortejo a la catedral, flanqueado por cientos de personas que vestían de negro riguroso, en un silencio absoluto; los funerales y el entierro en el mausoleo de la familia, al que ella asistió junto con la señorita Inés a pesar de que las costumbres no lo permitían.
Pero, sobre todo, Munda no podría olvidar a su prometido, Manuel, que se había trasladado desde Manila nada más conocer la noticia de la muerte de don Francisco utilizando una red clandestina de barcos que apoyaban a la insurgencia, y que permaneció a su lado desde que llegaron a la bahía de Alicante hasta que introdujeron el cuerpo de su padre en el nicho del panteón familiar.
Antes de despedirse en Manila, habían planeado que ella regresaría una vez se recuperase el marqués. Pero la muerte de don Francisco lo había cambiado todo. María Francisca y Alejandra la necesitaban; si las dejase solas, Mariana acabaría por convertirlas en un espejo de sí misma, y Munda no podía permitir que aquello ocurriera, no si era capaz de evitarlo.
El día siguiente al entierro, mientras ella se disponía a recorrer las fincas de la familia, él emprendió el camino de vuelta a Filipinas bajo la promesa de que, en cuanto las islas consiguieran su independencia, regresaría para llevarla al altar.
Aquella mañana, a mediados de septiembre de 1896, fue la más triste de sus veintiún años. Su padre, que había sido su referente desde niña, había muerto; su querido Manuel se había ido hasta quién sabía cuándo; y Toledo las había recibido con sus costumbres anquilosadas y su sociedad decadente. No podía encontrarse más desamparada.
La joven se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Al cabo de un rato, volvió al cigarral de su abuelo indiano.

Tiempo de arena de Inma Chacón (finalista Premio Planeta 2011)

Entonces su vida cambió. Hasta ese momento, su padre no se había preocupado de dar a su hijo más formación que la que él había recibido como segundo en la línea de sucesión. Es decir, bien poca. ¿Para qué instilar nociones de historia, geografía o el arte de gobernar a un niño si en principio no estaba destinado a reinar? Ése era el razonamiento de la época.
Treinta años antes, tampoco don Juan había recibido una educación esmerada porque quien estaba destinado a reinar era su hermano mayor, José, un joven apuesto, inteligente, de carácter decidido e independiente que no pudo escapar a la maldición y murió a los veinticinco años de edad. De pronto, don Juan y su mujer Carlota Joaquina se vieron catapultados a un lugar de preeminencia, el de príncipes y futuros herederos del trono. Ella estaba feliz porque era ambiciosa, pero él se sentía desdichado. Más tarde, don Juan, o Juan el Clemente, como le llamaban sus vasallos, asumió la regencia cuando la reina María fue declarada incapaz de gobernar debido a su enajenación mental, pero lo hizo a regañadientes. Le daba pánico enfrentarse a responsabilidades para las que nunca se había sentido preparado y que nunca había deseado. Era un hombre indeciso, tímido, indolente, miedoso, chapado a la antigua. Nunca había mostrado interés especial ni por las letras ni por las ciencias ni por la forma de gobernar. De hecho, siempre redactó mal, con errores de ortografía y sintaxis. Toda su vida había vivido en compañía de frailes y, en el fondo, él se sentía también un poco monje. Aficionado a la música sacra, su mayor vicio era la glotonería, y si de joven le gustaba cazar, era sólo porque le permitía hartarse de carne de venado.

El imperio eres tú de Javier Moro (Premio Planeta 2011)

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