«Resulta
una portentosa obra narrativa que está escrita contra viento y marea, contra la
tendencia general en nuestro tiempo, de andar con prisas, tanto del lado de
quien la construye como de quien la lee». Esta fue la opinión
del jurado de la cuarta edición del galardón Elena Poniatowska que ha sido para
la escritora Almudena Grandes y su última novela Inés y la alegría, la cual ha
conseguido varios premios desde que se publicó en septiembre del año pasado.
El jurado, estuvo compuesto
por Mónica Lavín, Ida Vitale, Jorge F. Hernández y Eduardo Clavé Almeida, en
representación de la Secretaría de Cultura opinaron de ella con estas palabras:
«a través de distintas voces narrativas,
con un vértigo narrativo y un lenguaje rico y pródigo en los giros populares y
poéticos, Almudena Grandes nos
lleva por la Historia con mayúscula, apoyada en una documentación esmerada, así
como por la historia de la vida íntima y cotidiana de los personajes reales y
anónimos para reflexionar sobre una guerra fratricida con la que la literatura
todavía está en deuda».
El premio se creó en el
año 2007 para homenajear a la escritora, periodista y defensora de causas
sociales. Nació el 19 de mayo de 1932 en París, radica en México desde 1942 y
es naturalizada mexicana en 1969. Además, la extraordinaria cronista, una
destacada defensora de las causas democráticas en México, es hija de la
mexicana Paula Amor y del descendiente del último rey de Polonia, el príncipe
Jean E. Poniatowski. El Distrito Federal de la Ciudad de Mexico lo entrega cada
año y el ganador recibe 500.000 pesos (unos 27.000 euros). Este es la primera
vez que una autora extranjera es galardonada con este premio iberoamericano
desde que se creó.
Extractos:
En
los cuentos infantiles tradicionales, como los que recopilaron Charles Perrault
en Francia a finales del siglo XVII, o los hermanos Grimm en Alemania a
principios del XIX, las princesas, casi siempre medievales, reciben en algún
momento de su vida, a menudo en la cuna, la visita de un hada madrileña que les
otorga un don, un regalo inmaterial, tan precioso que les salvará la vida.
Carmen de Pedro no era una princesa. No nació en un palacio, no la bautizó un
arzobispo, tal vez ni siquiera un simple párroco, y no se celebró un fastuoso
banquete para festejar su nacimiento. Pero para entender qué pinta hoy, aquí,
sonriendo a la sonrisa de Pasionaria, hace falta imaginar a un hada madrina muy
especial, un espíritu bienhechor y heterodoxo, plebeyo, audaz, omnipotente y,
sobre todo, comunista, que la hubiera bendecido en la cuna con el precioso don
de encontrar a un dirigente dispuesto a sacarle las castañas del fuego un
segundo antes de que suene la campana.
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