miércoles, 26 de febrero de 2014

Novedades, febrero de 2014: Páginas de espuma


Miradas nuevas por agujeros viejos de José María Pérez Zúñiga

160 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 196
ISBN: 978-84-8393-155-4
14,42 / 15 €

¿Puede convertirse un diccionario, con su estricto orden alfabético, en ficción, en un libro de cuentos? José María Pérez Zúñiga despliega a lo largo de 150 términos, de “Adivinanza” a “Zulo”, una estrategia narrativa abierta, que teje a su vez todo un brillante mosaico de piezas breves.
Los géneros se mezclan, se entrelazan, difuminan sus límites en lo formal y en el fondo, descubriéndonos que ficción y no ficción, voz narrativa y voz personal remiten a un único texto. Como su título, que procede de un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, Zúñiga reúne en un solo texto lo viejo y lo nuevo con un resultado innovador.
Escritorio: El hombre está sentado ante la mesa, leyendo concienzudamente. A veces demora su lectura, toma algunas notas, fragua un propósito; pero siempre hay algo que lo detiene. Piensa en un argumento rocambolesco, en una intriga que atrape al potencial lector, pero decide que es mejor intentar atrapar el instante. Entonces inicia un diario en el que va apuntando pequeñas certezas. Piensa en seguir un orden cronológico, pero pronto descubre que la medida y el ritmo de su escritura no se corresponden con una sucesión de días, sino que se parecen más a pequeñas revelaciones, a algunas palabras concretas. Los textos son cuentos, aforismos, algún ensayo y tentativa, alguna tentación. Le parecen llamas. Y sigue escribiendo. Y se transforma. Hasta que se consume en una llamarada.


Entre el régimen y su escaso sueldo –agotado casi siempre antes de llegar a fin de mes entre ropa, revistas de moda y cosméticos– no podía almacenar grandes provisiones, pero algo, pensaba, había que hacer. Se lio una manta a la cabeza y acudió al banco para sacar sus escasos ahorros. Después fue al hipermercado. Tres carros fueron suficientes: dos para la comida, otro para cremas y revistas, que consideró que estaban bien de precio y contribuirían a paliar tanto sacrificio. Se las vio y se las deseó para meter la comida en el apartamento, pequeño pero acogedor, como correspondía a una chica ordenada y mileurista. Pero después de un par de horas todo quedó en su sitio. Había dedicado una tarde entera a ser previsora, y eso le hizo sentir bien. Así que por la noche se regaló una ración doble de lechuga y otra de máscara facial antes de acostarse.
El exceso de lechuga suele ser funesto. Ana lo descubrió durante la madrugada, cuando tuvo que levantarse para ir al baño una y otra vez. Pero también había otra cosa: la satisfacción había desaparecido, acaso ahora se trataba de angustia, de un presentimiento. Cuando a las siete se metió en el cuarto de baño después de no haber pegado ojo y encendió la radio, lo comprendió todo: esa misma madrugada, sindicatos, patronal y gobierno habían llegado a un acuerdo. ¡La huelga se había desconvocado! Ana apenas pudo reprimir las lágrimas. Y no aliviaron su congoja la ración doble de crema hidratante y magdalenas, que era lo que solía desayunar. La bollería y los dulces sólo se los permitía muy de mañana –tenía todo el día por delante para quemar el azúcar–, pero añadió media tableta de chocolate, tal era la angustia que sentía. Trató de concentrarse en su trabajo, en no volver a pensar en toda la comida que tenía en casa, rebosando los armarios, las estanterías, la nevera. Se le ocurrió que, por lo menos, esa noche podría hacer de cena algo especial. Desempolvar el libro de recetas que le regaló su madre cuando se independizó, con estas palabras: «Toma, hija. Te aseguro que en algunos momentos de mi vida ha sido el único consuelo».

El fin de los dinosaurios de Javier Tomeo

Prólogo de Daniel Gascón. Epílogo de Ismael Grasa. Apéndice de Antón Castro.

200 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 195
ISBN: 978-84-8393-171-4
16,35 / 17 €

El libro más crepuscular de Javier Tomeo. El conjunto de microrrelatos que dejó inéditos el autor oscense. Con el recuerdo de sus extraordinarias Historias mínimas, esta colección de minificciones reúne las obsesiones del universo de Tomeo. De los recuerdos de su infancia a un retrato, quizá el propio, de la vejez, la decadencia del cuerpo, la ausencia del sexo. De su mirada constante sobre animales (muy especialmente los insectos) y plantas al monstruo en todas su versiones, incluyendo el ser híbrido. De la reescritura de cuentos infantiles o el conocimiento de mitología a la simbología de los colores. Del rechazo de la pedantería o el falso conocimiento a su característico surrealismo y tratamiento del absurdo. Todos los mundos de Tomeo. Todos los porqués de una mirada y una literatura que le hicieron único. A los microcuentos de esta edición les acompañan los textos escritos por tres de sus mayores conocedores: un prólogo de Daniel Gascón, un epílogo de Ismael Grasa y un apéndice, a modo de diccionario, redactado por Antón Castro, que recoge los términos más frecuentes del universo de Javier Tomeo.
Tengo una retina especial, un juego de espejos cóncavos y convexos, la realidad me entra por los ojos, la veo, la capto, me penetra, la siento y la devuelvo deformada en las cuartillas”.
“La literatura puede ser una forma de protestar contra una situación. Primero llegan los poetas y luego los que luchan con las manos. Siempre ha sido así”.
“Los monstruos son difíciles ejercicios de amor. [...] Yo no he superado a los monstruos, el monstruo es una metáfora, es una vía de perfeccionamiento interior, está ahí para que aprendamos a amarlo”.
“Los animales te permiten conocer mejor el instinto de los hombres [...]; te ayudan a acceder al ser humano”.


El título del manuscrito definitivo es Literatura de precisión. Mini y microrrelatos. El ejercicio de la preci­sión es la etiología de estas páginas. Todo el rico mundo de Tomeo –la infancia y sus recuerdos (presencia de Quicena y su territorio), lo crepuscular de la vejez, la decadencia del cuerpo y la impotencia sexual, la presen­cia de animales y plantas, lo monstruoso y lo híbrido, la soledad y la falta de comunicación, la mitología y la simbología de los colores, el surrealismo y el absurdo, etcétera– queda evocado en estos mini o microrrelatos, precisos y narrativos unos, abiertos y eléctricos otros. Enumeraciones de cortacircuitos de una misma corrien­te, la de Tomeo. Por ello, la exclusiva referencia, un tanto académica, a su génesis y su extensión como en­cabezamiento del libro no nos ha parecido suficiente, y hemos optado por El fin de los dinosaurios (como un microrrelato aquí incluido, p. 81), por lo que de final tiene este libro, esta vida de escritor y de escritura; por esa figura del dinosaurio, grande, enorme, como un lobo feroz para Caperucita, como un ogro para cualquier lec­tor, como Tomeo en sus propios autorretratos. Incluso quiero pensar que podría haber sido un guiño a ese otro dinosaurio, el de Monterroso, que no acaba de dar con su descanso. En todo caso, queda aquí la explicación de los porqués del cambio y nuestro agradecimiento a Antón Castro, Daniel Gascón e Ismael Grasa por su colaboración en este punto y en otros tantos que adeu­damos en este libro.
Por otro lado, el título del microrrelato «El poder de la sonrisa» no aparece en la segunda versión, sino en la primera, que sólo se encabeza con «Hasta aquí ***», mención que tiene que ver con pausas de escritura o corrección del autor. Igualmente «Amores imposibles» procede de esa primera versión, ya que en la segunda el microrrelato no aparecía titulado.
Un último aviso. Nos hemos permitido la licencia de cerrar con «Cocodrilo»2, por su «adiós», que supo­ne un broche a este libro crepuscular pero también un «hasta luego» de todos los lectores de Javier Tomeo. Un hasta siempre, Javier.

Por mis muertos de Flavia Company

128 páginas
15 x 24 cm
Voces/ Literatura • 192
ISBN: 978-84-8393-151-6
14,42 / 15 €

Por mis muertos es un intenso despliegue de historias situadas en zonas limítrofes. ¿Qué es lo verdadero? ¿Dónde termina la ficción? ¿Somos lo que somos o lo que contamos? Flavia Company consigue llevar al papel los elementos esenciales de la tradición oral y nos ofrece un libro lleno de vida. Justo en la frontera con el amor y la muerte.
«Comenté con mi esposa la posibilidad de invitaros a escuchar estos cuentos frente a la chimenea. Enseguida apeló al principio de realidad del que tan a menudo carezco: “Cariño, tus lectores no nos caben en el salón”. Sonreí y acepté su propuesta: “Escríbelos y pídeles que, después de leerlos, se los cuenten a algún amigo, a su novia, a los padres. Que los cuenten”. Por mis muertos que os lo agradeceré», Flavia Company.


Estamos en Barcelona. A la salida de una discoteca, cerca de la orilla del mar. De madrugada. Cinco hombres jóvenes discuten. Cuatro de ellos quieren seguir de juerga y el quinto prefiere regresar a casa. Es el único soltero. Siempre nos cortas el rollo, le dicen. Podéis ir sin mí. Le contestan, si salimos juntos, volvemos juntos, aquí no se raja nadie; cásate y verás que se te quitan las ganas de volver. Ríen. Hace frío en la calle, pero tres son fumadores. Uno de ellos propone ir de putas. Da una última chupada al cigarrillo y comenta, conozco un lugar que está muy bien, y no es nada caro, y empieza a caminar; invito a taxi, añade. Los otros tres casados acatan la propuesta sin rechistar. El soltero, en cambio, los sigue con la vista sin moverse. Se frota las manos y les echa el aliento para calentarlas. Yo paso, dice, pero empieza a caminar hacia ellos, que discuten con el taxista para que acepte llevarlos a todos. Por fin accede. Cuatro atrás y el último en llegar, de copiloto, el lugar más peligroso en un automóvil, en caso de accidente, piensa el soltero al sentarse, y también se pregunta por qué permite que lo arrastren, por qué pirueta del destino él tiene que estar ahí y no en otro lugar. El taxi lleva la música a un volumen muy alto, apenas puede oír lo que comentan sus amigos en la parte de atrás. Le parece que en algún momento se burlan de él, incluso que lo retan a algo, pero él sigue con la mirada hacia delante, observa que se pasan semáforos en ámbar, espía con preocupación el velocímetro, podrían multarlos en cualquier momento. Barcelona está desierta a aquellas horas, dentro de un rato empezará a levantarse la gente para ir a trabajar, y ellos apenas tendrán tiempo de darse una ducha antes de llegar a la oficina. Son compañeros de trabajo y se han propuesto salir juntos el primer jueves de todos los meses. Aquel es el segundo jueves y él ya está harto. Va a ser el último, piensa, así que resuelve aguantar hasta que los otros decidan. No va a quedar mal por un día. El taxista se detiene. Han llegado. Bajan. Fumemos antes de subir, propone el que ha invitado a taxi, y saca el paquete de Winston y una caja de cerillas. Hace viento y se le apagan en cuanto las enciende. Acerquémonos al portal, aconseja. Y ahí sí, la cerilla aguanta. Enciende el suyo, acerca la llama al siguiente y cuando llega al soltero avisa que aquella es la última cerilla.

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