lunes, 11 de marzo de 2013

Novedades, marzo de 2013: Impedimenta (I)




El caballo negro de Borís Sávinkov

Traducción de Marta Rebón
Introducción de Ferran Mateo y de Marta Rebón 

ISBN: 978-84-15130-36-9
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 192
PVP: 18,20 €

Polonia, 1920. Borís Sávinkov, legendario terrorista y provocateur, conocido en su país con diez alias diferentes, primero como enemigo del zarismo y más tarde como feroz antisoviético, admirado por Churchill y Somerset Maugham, modelo para Camus, recluta voluntarios para un ejército que logre acabar con la Revolución rusa. El caballo negro, inspirado en esta experiencia, narra en forma de diario la huida caótica y desesperada de un regimiento de voluntarios a través de la llanura rusa devastada por la guerra civil. Más tarde, traicionado por sus propios camaradas, Sávinkov será encarcelado en la Lubianka, donde se «suicidará» en mayo de 1925. En prisión, un texto publicado póstumamente en Moscú, describe la última etapa de la vida de este dandi y terrorista con una claridad y una precisión implacables.


El teniente Wrede, un húsar, se ha pasado toda la guerra en el frente. Una vez tuvo que conducir al regimiento de caballería hacia una alambrada. Resultó herido y lo condecoraron con la Cruz de San Jorge. Los comunistas lo apresaron y lo metieron en la cárcel, pero logró escapar. Ahora está al mando de nuestro segundo escuadrón.
Cada tarde viene a verme, se sienta en la otomana y fuma. Todavía es un niño: cabello rubio, mejillas sonrosadas y pelusa infantil en lugar de bigote.
—Yuri Nikoláievich, ¿por qué estamos en este agujero?
—Órdenes.
—¿Y nos pondremos pronto en marcha?
—Cuando así nos lo ordenen.
Frunció sus cejas finas.
—Estoy harto.
—Váyase solo entonces.
—Siempre se está burlando de mí.
—¿Burlarme? Vaya con Dios, Wrede… Si yo estuviera
harto, me iría.
—¿Adónde?
—Al bosque.
Se extinguía el día y se encendían las primeras estrellas. Fuera, la noche helaba. Wrede iba de un lado para otro.
—Éramos tres hermanas y dos hermanos, nuestro padre era general. Nuestra madre murió hace mucho tiempo. Teníamos una pequeña propiedad cerca de Riga. A nuestro padre lo fusilaron, a mi hermano mayor lo mataron en el Cáucaso, y de mis hermanas no tengo noticias. Nuestra hacienda la saquearon, por supuesto… Así que ya ve… No puedo perdonarles lo de mi padre y mi hermano…
—Quizás Nazarenko también tuviera un hermano.
—¿Nazarenko? Pero ¡él era comunista!
—Y usted, ¿es Blanco?
—Sí, soy Blanco. Lucho por Rusia.
Sonreí:
—¿Y por su hacienda?
—¿Por mi hacienda? ¡Oh, no! Al diablo con la hacienda.
Me importa un rábano. Que les aproveche, a los muzhiks.
Fedia trajo una lámpara encendida. Las estrellas se apagaron detrás de la ventana, olía a tabaco barato y a queroseno. Fedia bajó la mecha y, mientras se secaba los gruesos dedos en el mantel, dijo:
—Ellos se enriquecen, se aprovechan, mi teniente. En menuda panda de bribones se ha convertido el pueblo…

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