sábado, 19 de mayo de 2012

Fragmentos Nº32: La caza del carnero salvaje


Haruki Murakami
La caza del carnero salvaje

En la foto aparecía un rebaño de carneros en medio de una pradera. En el límite de la pradera se alzaba un bosque de abedules blancos. Eran gigantescos abedules de Hokkaidô, no esos raquíticos abedules que cualquiera podía encontrar aquí en su barrio, plantados como un parche a los lados de la puerta del dentista. Eran abedules corpulentos, en los que cuatro osos a la vez hubieran podido afilar sus garras. Dada la profusión de follaje, se diría que la foto había sido tomada en primavera. En la cima de las montañas del horizonte aún quedaba nieve, así como parcialmente en sus laderas. El mes sería abril o mayo. Tal vez la época del deshielo, cuando el terreno es propenso a enfangarse. El cielo era azul, o más bien sería probablemente azul, pues en una foto en blanco y negro no se podía discernir con seguridad ese particular; también hubiera podido ser rosáceo. Blancas nubes se cernían vaporosas sobre las montañas. Mirando las cosas fríamente, por mucho que me devanara los sesos, no podía encontrar ningún significado especial en aquella fotografía: el rebaño de carneros no era más que un rebaño de carneros; y el bosque de abedules un bosque de abedules normal y corriente; las nubes blancas eran simples nubes blancas. Eso era todo. Y punto.

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