viernes, 18 de marzo de 2011

Haruki Murakami ganador del XXIII Premio Internacional de Cataluña 2011

El autor japonés que acaba de publicar 1Q84 Libros 1 y 2 en la editorial Tusquets ha sido el ganador de este premio que esta otorgado por la Generalitat de Catalunya la cual lo concede anualmente, este premio, al que este año concurrían 196 candidaturas de 56 países que fueron presentadas por 225 instituciones, está dotado de 80.000 euros que se entrega a artistas que han contribuido en el mundo de las artes, las ciencias o humanos alrededor del mundo.

El presidente delegado del premio y también filosofo Xavier Rubert de Ventós, ha destacado que Murakami ha sido un destacado referente literario a nivel mundial y ha significado la construcción de un puente cultural entre oriente y occidente.

El autor ha declarado que se siente muy honrado por recibir el galardón, pero ha lamentado no poder sentirse completamente feliz por la situación en la que se encuentran actualmente sus compatriotas que están pasando los "tiempos más difíciles por el feroz terremoto y sus efectos".

Haruki Murakami nació en 1949 y en una entrevista de hace poco más de un mes dijo esto sobre el acto de escribir: "Imagino que el teclado del ordenador es como un piano e improviso sobre él; escribo mis novelas como si interpretara un instrumento. Supongo que la buena escritura se asemeja a la buena música: ambas han de generar placer, entretener y actuar como un bálsamo que eleve el espíritu".

El presidente de la Generalitat será el encargado de entregar el premio en una ceremonia que se celebrará Palau de la Generalitat el día 9 de junio.

Extractos:

La radio del taxi retransmitía un programa de música clásica por FM. Sonaba la Sinfonietta de Janáček. En medio de un atasco, no podía decirse que fuera lo más apropiado para escuchar. El taxista no parecía prestar demasiada atención a la música. Aquel hombre de mediana edad simplemente observaba con la boca cerrada la interminable fila de coches que se extendía ante él, como un pescador veterano que, erguido en la proa, lee la aciaga línea de convergencia de las corrientes marinas.

1Q84 (2011)

El ascensor se elevaba con extrema lentitud. Vaya, debía de estar subiendo, imaginé. No lo sabía a ciencia cierta. Porque ascendía tan despacio que yo había perdido el sentido de la dirección. Es posible que bajara y es posible, asimismo, que no se moviera en absoluto. Yo me había limitado a decidir arbitrariamente, haciéndome una composición de lugar, que el ascensor subía. Pero era una simple hipótesis. Sin fundamento. Tal vez hubiese ascendido hasta el duodécimo piso y bajado hasta el tercero, o quizá estuviera de regreso tras dar una vuelta alrededor de la Tierra. No lo sabía.

El fin del mundo y un despiadado país de maravillas (2009)

Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca. «¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!», pensé.
 
Tokio blues. Norwegian Wood (2005)

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