“La mujer pálida de Barcelona”, a quién se refería Flaubert cuando escribió estas
palabras en su libro Madame Bovary, existió de verdad en Barcelona una mujer
que cumpliera la descripción que definió el escritor. Un profesor barcelonés de
secundaria se propone descubrir el misterio después de siglo y medio. El
catedrático de literatura Guillermo Jiménez
ayuda a su amigo tras invitarle a buscar las respuestas entre
Filadelfia, Lyon y Barcelona.
Y
mientras tanto una misteriosa mujer llamada Elisabet incita a la búsqueda tras
mostrarles un cuadro en una misteriosa casa modernista que fue expoliado por
los nazis instigará a la búsqueda. Courbet, Baudelaire, mujeres francesas del
XIX consumidoras de opio, Hermann Göring y una inquietante mujer de nuestros
días se mueven a lo largo de esta novela.
Miquel
Molina ha logrado una trama interesante, cargada de información relacionada con
Courbet y Baudelaire entre otros además de añadirle una trama intensa y
enrevesada que aportan aún más valor a
la trama. En la novela sus tres personajes principales se mueven en una
Barcelona recóndita y escondida en la que sus secretos, el deseo y la
curiosidad por saber más les llevaran por sendas misteriosas, entre sus
antiguos alumnos y compañeros de investigación la diferencia de edad, en
comparación con el profesor, marcaran el paso y trataran de mermar su obsesión
por añadir a lo real su visión para atraer la atención de todo aquel con el que
se cruza en sus narraciones. A todo ello se le añade un misterioso diario de
una mujer que, incapaz de cumplir sus deseos, se zambulle en la nostalgia y en
el opio para olvidar. Los capítulos se interponen unos con otros, es decir,
pasamos de seguir la trama actual a las memorias de una mujer decimonónica, el
protagonismo cambia a lo largo de la historia, pasándose el testigo de profesor
a alumno y todo ello en torno a la historia que gira en torno a una misteriosa
mujer, esquiva y oculta.
Recomendado
para aquellos curiosos aficionados al arte y a la literatura, aquí se dan ambas
en una trama intrigante envuelta en secretos. También para aquellos que quieran
saber más sobre las figuras de Courbert y Flaubert y sus vidas en una París que
no comprenden su arte y por último para los que les gustan aquellas novelas que
mezclan las tramas de investigación concienzuda con la historia además de un triángulo
que cambiará a sus protagonistas.
Extractos:
El verano se manifiesta en la
ventana y yo no puedo salir a abrazarlo. Al menos, no como solía. Hoy he
paseado con mi padre y he visto los vapores remontando el río, a los hombres
jugando a boules con la camisa arremangada, a las mujeres estrenando unos
sombreros que yo no sabía que existían. Pero ha sido un paseo breve. Mi padre
ha estado muy amable y muy atento cuando nos acercábamos al Lyon prohibido. Sin
que yo me diera cuenta, ha desviado nuestro rumbo con el argumento de que tenía
que llevarme al comercio de grabados que ha abierto un antiguo compañero suyo
de la banca. Y así nos hemos alejado de la plaza cuyo nombre no puedo anotar en
estas páginas. Ni siquiera debo recordarlo.
El doctor Marescot no permite que
mencione estos lugares. Dice que de hacerlo prematuramente reviviré recuerdos
que entorpecerán mi curación. Insiste en que hay que evitar por todos los
medios una recaída en un estado catatónico como el que hace unas semanas casi
me lleva a donde los muertos. La verdad es que no consigo recordar hasta qué
punto estuve cerca de reunirme con mi querida madre. Ni el doctor ni mi padre
quieren decirme toda la verdad sobre mi enfermedad.
Así que vivo como si no hubiera
vivido antes y como si no fuese a vivir después. Debo mirar alrededor. Vivo en
las cosas que miro. La he bautizado como la terapia de la mariposa, aunque el
doctor Marescot la denomina sencillamente «distraerse». La terapia consiste en
asomarse a la ventana para mirar cómo una mariposa es mariposa. Fijo la mirada
y no dejo de observarla hasta que se aleja. Miro la mariposa.
Una mariposa es sólo eso, y yo no
aspiro a ser más que lo que soy: Caroline mirando una mariposa. Así engaño a la
angustia, aunque sé que me espera agazapada a la vuelta de la noche. Vivo en
ese aleteo y en las nubes que le sirven de decorado.
Hace unos años dirigí un documental
que abordaba una historia muy extraña. Me enteré por casualidad de que en el
museo local del pueblo francés de Montbrison se conservaba el cuerpo disecado
de un hombre blanco que, según la tradición oral, tenía origen español. Al parecer,
el desdichado habría sufrido un accidente laboral en 1828 mientras trabajaba en
la construcción del propio museo. El resultado fue que lo momificaron y lo
convirtieron en una pieza más de la sala de exposiciones, en un auténtico
monstruo con ojos sanguinolentos. Cuando visité Montbrison en 2006 lo tenían
guardado en un almacén. Un historiador local me comentó que era muy probable
que aquel hombre formara parte de un grupo de mil seiscientos combatientes
españoles que fueron deportados por Napoleón en su retirada de 1808 y
confinados en este pueblo de Loira. La mayoría de aquellos presos se quedaron a
vivir allí cuando recuperaron la libertad, aunque algunos optaron por
trasladarse a otras ciudades próximas, como Saint-Étienne o Lyon. El hombre
disecado del museo sería así el último preso de Napoleón. El último, en
cualquier caso, que aún no había recibido sepultura.
Estrenamos el documental en el
festival internacional de Chicago. Hay que pensar que en Estados Unidos está
muy vigente el asunto de las repatriaciones de cadáveres, ya que a menudo se
producen reclamaciones de cuerpos de indígenas americanos que están mal
enterrados cerca de los campos de batalla donde perdieron la vida. La película tuvo
buena aceptación. El tema estaba muy vivo también en Cataluña porque sólo un
año antes se había repatriado a Botsuana con todos los honores el cadáver de
aquel bechuana conocido como el Negro de Banyoles. Conseguimos que TV3 emitiera
nuestro documental en una hora de mucha audiencia, y una televisión alemana
también compró los derechos gracias a las gestiones de una amiga escritora que
colaboró en el guión. Por último, viajamos hasta Johannesburgo para participar
en el festival Encounters, donde obtuvimos una mención del jurado.
Toda esta actividad dejó un buen
rastro en la red. Después del estreno empezaron a contactar conmigo periodistas,
profesores de universidad e investigadores de todo pelaje que abordaban la
exhibición de seres humanos como piezas de museo. De repente, me convertí en el
punto de partida de futuras investigaciones sobre esta delirante práctica que
se llamó taxidermia humana o antropotaxidermia. Me sumergí tanto en el asunto
que las personas de mi círculo más próximo llegaron a temer por mi equilibrio
emocional, sobre todo cuando vieron que estanterías se llenaban de fotos de
cadáveres poco convencionales.
Editorial: Destino
Autor: Miquel MolinaPáginas: 352
Precio: 19 euros
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