viernes, 27 de junio de 2014

Rojo aceituna de Ronaldo Menéndez



Un viaje en busca de todo lo que ha provocado el comunismo en diversos países es la razón que lleva al autor a trasladarse por el mundo, desde Cuba, pasando por Sudamérica llegando hasta el Sudeste asiático. Todo ello para ver cargados con su mochila junto a su pareja como ha cambiado la definición en aquellos países que tienen como base el comunismo.

En su camino vemos como se encuentra con todo tipo de anécdotas, unas tan tristes y lamentables como la de Camboya o más abiertas y alegres como la de Vietnam a pesar de encontrar historias duras en su interior. O más duras como la de Tailandia donde dan con unas personas que les llevan a un programa de televisión en vivo donde la supervivencia es el único fin, conseguir llegar al final a pesar de la lluvia, las rocas y las ramas puntiagudas de los árboles.

Menéndez logra que a través de la cerveza y la comida extraer la mejor definición de allá donde está porque consigue entablar diálogos con diferentes personas que se cruzan en su camino, conociendo mejor a sus compañeros de viaje o los habitantes que les llevan por lugares recónditos o por los que ha pasado poca gente. En su viaje se cruza con todo tipo de paisajes, algunos más desolados, parcos, secos y desérticos para pasar a otros más recónditos, misteriosos y bellos. En su recorrido define al país en el que se encuentra, lo que debería de ser o aquello que realmente es, es decir, la definición y la realidad del lugar en el que se encuentra. En definitiva una novela cargada de anécdotas, gentes, escenarios y mucho conocimiento a través de las palabras de su autor. Un libro escrito en plena crisis española que demuestra otro tipo de sobrellevarla conociendo lugares de gran parte del mundo en pleno siglo XXI, un siglo en el que las dificultades económicas, el paro y, en definitiva, la felicidad se venden tan caro en actual Europa pero descubrimos dentro de las páginas que no todo depende del dinero y querer vivir en tiempos de crisis es más sencillo cuando se lleva una mochila al hombro, a pesar de las desdichas del camino.

Recomendado para aquellos que les guste viajar y conocer diferentes culturas y países. También para aquellos que quieran descubrir la verdad del comunismo a través de sus gentes, sus lugares y sus hechos históricos además de sus líderes. Y por último para aquellos que les gusten los libros que son al mismo tiempo diarios de viaje que describen las vivencias y peligros de aquellos lugares que se describen.

Extractos:

Se trata de una esquina ancha urbanísticamente trazada con un solo propósito: que uno pase toda la vida empinando el codo. Se bebe en bancos liliputienses a pie de calle, frente a un oleaje de motos enloquecidas, bicicletas, gente remolcando carretillas, gente con montañas de cacharros en el lomo, gente que se acerca simplemente a escudriñarte. Hay destacamentos de mochileros enfrascados en compensar los respectivos precios de sus hoteles, y un puesto de salchichas y alas de pollo estratégicamente enclavado para las maniobras de abastecimiento calórico de la tropa.
Hacemos fuego. Primera ronda: ráfaga que dura solo dos minutos. Segunda ronda: minuto y medio. El cantinero vietnamita —que en adelante llamaremos cantivietnamita— no es humano. Es un pulpo, un arma de destrucción masiva, un mutante y su ser sobrenatural capaz de estar en todos los espacios al mismo tiempo. Después de la quinta ronda decidimos ir a por municiones y pillamos unas salchichas de gran calibre. Todo sea dicho, a pesar del emotivo encuentro al principio hablamos poco, estamos entrenados para no dejar que entre aire en nuestros estómagos y así abrir paso a la copiosa ingestión cervecera.
Al cabo de equis rondas —que el coronel mexicano, tropero de Pancho Villa, va contabilizando en un papelito cutre— pasa lo inevitable. Nuestras vejigas han sufrido daños colaterales. Y cuando preguntamos por el baño el cantivietnamita nos indica que al doblar la esquina, a unos diez metros, están los retretes de las tropas.

—¿Han comido hamburguesa de llama? Se las recomiendo —nos aconseja Efraín, y nos dirigimos al restaurante que regenta la mujer de Pedro.
Siempre me habían dado pena las llamas…, fuera del plato. Porque entre las dos tapas de pan poco inflado gracias a la altura que no deja que la levadura fermente, el suculento filete andino es una muy digna militancia antivegetariana.
Mientras practicamos esto de ser el último eslabón de la cadena alimenticia, Pedro nos cuenta que lo peor que le puede pasar al Gobierno boliviano (Evo) es que los mineros decidan marchar a la capital y bloquear carreteras. Nada es más duro que permanecer veinticuatro horas bajo tierra rompiendo las piedras con picos y remolcando el material en carros de hierro de tracción humana, así que muy de vez en cuando, cuando los mineros ya no pueden más y deciden dar la guerra, no hay quien los pare. Imagínese un colosal muro de contención, eppur si muove, que además grita. Y pobre de la policía antidisturbios, que ya se sabe lo diestros que son los mineros con las piedras.
Nos cuenta que en los socavones sostenidos por vigas de madera lo que más brilla —por su ausencia— es la tecnología: las minas siguen siendo las mismas desde el siglo XVI, el trabajo se hace a mano, los derrumbes son rutina, y la desnuda fuerza humana contra la piedra implica muchas horas en penumbra respirando un polvo letal. Para aguantarlo los mineros beben alcohol de 95º y mascan hojas de coca. Están organizados en cooperativas privadas y el Gobierno no logra —y no quiere— negociar ningún tipo de subvención ni modernización. He aquí el comienzo del cuento que precede al sueño del minero: Érase una vez un minero que encontró una veta y compró una camioneta… Porque los túneles son siempre «de alguien» —generalmente dueño de un 4x4— y para ingresar a una cooperativa hay que pagarle una alta suma. Esto da derecho a comenzar a soñar con la veta de nunca jamás mientras los nudillos se descarnan empuñando el pico, o sea, a trabajar veinticuatro horas seguidas en un tramo de la mina. ¿Y el dueño? Ya pasó por esto antes, dio con una veta, compró una camioneta y una parte de la mina que ahora convirtió en cooperativa. Pero se trata de la excepción que confirma la regla: la mayoría pasa toda la vida arrendando, pagando tributo de lo poco que extrae y bebiendo alcohol a todas horas. ¿Y qué más?

Editorial: Páginas de espuma 
Autor: Ronaldo Menéndez
Páginas:  296
Precio: 20 euros

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