Un
viaje en busca de todo lo que ha provocado el comunismo en diversos países es
la razón que lleva al autor a trasladarse por el mundo, desde Cuba, pasando por
Sudamérica llegando hasta el Sudeste asiático. Todo ello para ver cargados con
su mochila junto a su pareja como ha cambiado la definición en aquellos países
que tienen como base el comunismo.
En
su camino vemos como se encuentra con todo tipo de anécdotas, unas tan tristes
y lamentables como la de Camboya o más abiertas y alegres como la de Vietnam a
pesar de encontrar historias duras en su interior. O más duras como la de
Tailandia donde dan con unas personas que les llevan a un programa de
televisión en vivo donde la supervivencia es el único fin, conseguir llegar al
final a pesar de la lluvia, las rocas y las ramas puntiagudas de los árboles.
Menéndez
logra que a través de la cerveza y la comida extraer la mejor definición de
allá donde está porque consigue entablar diálogos con diferentes personas que
se cruzan en su camino, conociendo mejor a sus compañeros de viaje o los
habitantes que les llevan por lugares recónditos o por los que ha pasado poca
gente. En su viaje se cruza con todo tipo de paisajes, algunos más desolados,
parcos, secos y desérticos para pasar a otros más recónditos, misteriosos y
bellos. En su recorrido define al país en el que se encuentra, lo que debería
de ser o aquello que realmente es, es decir, la definición y la realidad del
lugar en el que se encuentra. En definitiva una novela cargada de anécdotas,
gentes, escenarios y mucho conocimiento a través de las palabras de su autor.
Un libro escrito en plena crisis española que demuestra otro tipo de
sobrellevarla conociendo lugares de gran parte del mundo en pleno siglo XXI, un
siglo en el que las dificultades económicas, el paro y, en definitiva, la
felicidad se venden tan caro en actual Europa pero descubrimos dentro de las
páginas que no todo depende del dinero y querer vivir en tiempos de crisis es
más sencillo cuando se lleva una mochila al hombro, a pesar de las desdichas
del camino.
Recomendado
para aquellos que les guste viajar y conocer diferentes culturas y países.
También para aquellos que quieran descubrir la verdad del comunismo a través de
sus gentes, sus lugares y sus hechos históricos además de sus líderes. Y por
último para aquellos que les gusten los libros que son al mismo tiempo diarios
de viaje que describen las vivencias y peligros de aquellos lugares que se
describen.
Extractos:
Se trata de una esquina ancha
urbanísticamente trazada con un solo propósito: que uno pase toda la vida
empinando el codo. Se bebe en bancos liliputienses a pie de calle, frente a un
oleaje de motos enloquecidas, bicicletas, gente remolcando carretillas, gente
con montañas de cacharros en el lomo, gente que se acerca simplemente a
escudriñarte. Hay destacamentos de mochileros enfrascados en compensar los
respectivos precios de sus hoteles, y un puesto de salchichas y alas de pollo
estratégicamente enclavado para las maniobras de abastecimiento calórico de la
tropa.
Hacemos fuego. Primera ronda:
ráfaga que dura solo dos minutos. Segunda ronda: minuto y medio. El cantinero
vietnamita —que en adelante llamaremos cantivietnamita— no es humano. Es un
pulpo, un arma de destrucción masiva, un mutante y su ser sobrenatural capaz de
estar en todos los espacios al mismo tiempo. Después de la quinta ronda
decidimos ir a por municiones y pillamos unas salchichas de gran calibre. Todo sea
dicho, a pesar del emotivo encuentro al principio hablamos poco, estamos
entrenados para no dejar que entre aire en nuestros estómagos y así abrir paso
a la copiosa ingestión cervecera.
Al cabo de equis rondas —que el
coronel mexicano, tropero de Pancho Villa, va contabilizando en un papelito
cutre— pasa lo inevitable. Nuestras vejigas han sufrido daños colaterales. Y cuando
preguntamos por el baño el cantivietnamita nos indica que al doblar la esquina,
a unos diez metros, están los retretes de las tropas.
—¿Han comido hamburguesa de llama?
Se las recomiendo —nos aconseja Efraín, y nos dirigimos al restaurante que
regenta la mujer de Pedro.
Siempre me habían dado pena las
llamas…, fuera del plato. Porque entre las dos tapas de pan poco inflado
gracias a la altura que no deja que la levadura fermente, el suculento filete
andino es una muy digna militancia antivegetariana.
Mientras practicamos esto de ser el
último eslabón de la cadena alimenticia, Pedro nos cuenta que lo peor que le
puede pasar al Gobierno boliviano (Evo) es que los mineros decidan marchar a la
capital y bloquear carreteras. Nada es más duro que permanecer veinticuatro
horas bajo tierra rompiendo las piedras con picos y remolcando el material en
carros de hierro de tracción humana, así que muy de vez en cuando, cuando los
mineros ya no pueden más y deciden dar la guerra, no hay quien los pare. Imagínese
un colosal muro de contención, eppur si muove, que además grita. Y pobre de la policía
antidisturbios, que ya se sabe lo diestros que son los mineros con las piedras.
Nos cuenta que en los socavones
sostenidos por vigas de madera lo que más brilla —por su ausencia— es la
tecnología: las minas siguen siendo las mismas desde el siglo XVI, el trabajo
se hace a mano, los derrumbes son rutina, y la desnuda fuerza humana contra la
piedra implica muchas horas en penumbra respirando un polvo letal. Para aguantarlo
los mineros beben alcohol de 95º y mascan hojas de coca. Están organizados en
cooperativas privadas y el Gobierno no logra —y no quiere— negociar ningún tipo
de subvención ni modernización. He aquí el comienzo del cuento que precede al
sueño del minero: Érase una vez un minero que encontró una veta y compró una
camioneta… Porque los túneles son siempre «de alguien» —generalmente dueño de
un 4x4— y para ingresar a una cooperativa hay que pagarle una alta suma. Esto da
derecho a comenzar a soñar con la veta de nunca jamás mientras los nudillos se
descarnan empuñando el pico, o sea, a trabajar veinticuatro horas seguidas en
un tramo de la mina. ¿Y el dueño? Ya pasó por esto antes, dio con una veta,
compró una camioneta y una parte de la mina que ahora convirtió en cooperativa.
Pero se trata de la excepción que confirma la regla: la mayoría pasa toda la
vida arrendando, pagando tributo de lo poco que extrae y bebiendo alcohol a
todas horas. ¿Y qué más?
Editorial: Páginas de espuma
Autor: Ronaldo MenéndezPáginas: 296
Precio: 20 euros
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