Zadie
Smith
NW
London
Félix
salió a la luz; tardó un momento en ver con claridad. Apoyó una rodilla con
cuidado entre dos botellas de cerveza rotas y se irguió. Sus manos quedaron
cubiertas de virutas de madera cocida por el sol y estropeada por la lluvia.
Había ayudado a poner y pintar aquel suelo con unos cuantos técnicos y hasta
con uno de los productores porque andaban cortos tanto de tiempo como de
presupuesto.
Lo habían revestido con una gruesa capa de pintura blanca y brillante para aprovechar al máximo la luz. Todo se había hecho muy deprisa, al servicio de una ficción. Jamás hubo intención alguna de darle un uso real. Ella cogió un paquete aplastado de cigarrillos y una botella vacía de vodka y los introdujo escrupulosamente en una papelera rebosante, como si retirar esos dos objetos cambiase algo en aquel mar de basura. Félix pasó por encima de un saco de dormir empapado, repleto de agua y de algo más, aunque, gracias a Dios, no contenía una persona. Había llovido la noche anterior y se respiraba una frescura de rocío, pero también se notaba un fuerte olor que el sol hacía más penetrante a cada minuto. Félix se dirigió al extremo oriental, junto a la chimenea, buscando su sombra y su relativa impopularidad. Sus pisadas arrancaron ruidos desesperados a los tablones del suelo.
Lo habían revestido con una gruesa capa de pintura blanca y brillante para aprovechar al máximo la luz. Todo se había hecho muy deprisa, al servicio de una ficción. Jamás hubo intención alguna de darle un uso real. Ella cogió un paquete aplastado de cigarrillos y una botella vacía de vodka y los introdujo escrupulosamente en una papelera rebosante, como si retirar esos dos objetos cambiase algo en aquel mar de basura. Félix pasó por encima de un saco de dormir empapado, repleto de agua y de algo más, aunque, gracias a Dios, no contenía una persona. Había llovido la noche anterior y se respiraba una frescura de rocío, pero también se notaba un fuerte olor que el sol hacía más penetrante a cada minuto. Félix se dirigió al extremo oriental, junto a la chimenea, buscando su sombra y su relativa impopularidad. Sus pisadas arrancaron ruidos desesperados a los tablones del suelo.
—Todo
esto hay que rehacerlo.
—Sí,
pero hoy en día no encuentras a nadie que te lo haga. Antes se presentaba aquí
un equipo de rodaje joven y encantador, te pagaban dos mil libras semanales, te
ponían el suelo, te lo pintaban, te follaban apasionadamente y te decían que te
amaban... Pero esos servicios son cosa del pasado.
Félix
se llevó las manos a la cabeza.
—Annie,
joder. Me estás volviendo loco, en serio.
Ella
sonrió tristemente.
—Me
alegro de provocar al menos algún efecto... —Enderezó una silla volcada—. Ahora
se ve todo un poco desordenado, lo sé... pero es que he tenido invitados. El
viernes pasado organicé una de mis grandes noches, lo pasamos genial, tendrías
que haber venido. Te mandé un SMS. Siempre te las ingenias para no leer mis
mensajes. Unos invitados encantadores, gente maravillosa. Aquí arriba hacía más
calor que en Ibiza.
Aquello
sonaba a fiesta de sociedad con lo mejor de cada casa. Félix cogió una botella
vacía de sidra Strongbow reutilizada como pipa.
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