En El país a 20 denoviembre de 2013 antes de publicar NW London
P.
Leah se resiste a quedarse embarazada y su marido Michel simula ser más viril
de lo que es. ¿Los roles tradicionales de género intensifican esa ansiedad?
R.
Hace cincuenta años ninguna mujer se preguntaba si quería tener hijos. Ahora
todas nos interrogamos al respecto. No es extraño que la gente se vuelva un
poco loca, porque es un campo de reflexión totalmente nuevo. Por otra parte,
asistimos a una regresión. En 1994 hubiera resultado imposible ver algo como el
vídeo de Blurred Lines, donde mujeres desnudas bailan
entre hombres vestidos. Nos habría parecido una degradación total. Entonces
teníamos a Madonna
con un sujetador de conos bailando entre hombres desnudos. Ahora es lo
contrario. Un día me desperté y descubrí que la palabra feminista se había
convertido en un insulto.
P.
Se califica como insegura. Cuando intentó releer Dientes blancos se dijo
“sobrecogida por la náusea”. Cuando lo intentó con Sobre la belleza,
experimentó “un sentimiento de fraude”.
R.
Eso es típico de las mujeres escritoras. Estamos más acomplejadas respecto a
nuestro trabajo, aunque eso puede ser útil. Si hace una encuesta entre
editores, todos le dirán que tienen más problemas para trabajar con hombres.
Las mujeres estamos más abiertas a las sugerencias. Se habrá fijado que, cuando
una crítica literaria está escrita por un hombre, siempre desprende un tono
paternalista. Parece que te estén diciendo: “Alguien tiene que enseñarle a esta
chica a escribir como es debido”. Nadie le habla así a Jonathan Franzen
De nuevo, en El País del 21 de enero de 2007 al publicar Sobre la belleza
Pertenece
a una generación de británicos que nacieron con Margaret Thatcher y vivieron
con Tony Blair. ¿Cómo ve ahora el mundo alrededor?
Como
la gente de mi generación, no estoy interesada en la política, sino en la
metafísica. No leo periódicos. Odio todo eso, se lo dejo a mi marido… No es que
no me interese el mundo, es que aprendo más leyendo otras cosas. Lo único sobre
política lo leo en The New Yorker, que tiene más información sobre la guerra de
Irak que la necesaria. De todos modos, no me formo una opinión de algo por un
artículo. ¡A veces con Schopenhauer comprendo mejor el mundo! Siento
desesperanza, como todos, pero este tipo de apocalipsis que vemos hoy ocurre en
cada década, y no hay que darle importancia. A veces pienso que lo que ocurre
en Irak es minúsculo al lado de lo que ocurre en Groenlandia. Me sorprendo
pensando más sobre los bloques de hielo que se derriten que sobre la guerra.
Porque esto es lo que realmente está pasando.
Mientras
hablamos hay escritores como usted que están perseguidos, que no pueden decir
sus opiniones…
Sí,
hay escritores en todo el mundo que viven bajo la censura, y yo tengo la suerte
de no ser uno, de manera que la pregunta siempre es la misma: ya que tienes la
libertad de hacerlo, ¿por qué no escribes sobre política? Es una trampa.
Mientras Nabokov escribía Lolita, sus colegas en Rusia se jugaban la vida, y
aun así prefirió escribir esa novela. Lolita le ha enseñado más al mundo sobre
la libertad que lo que Pasternak pudo hacer en toda su existencia. Mereció la
pena. Nabokov simboliza la libertad, y seguirá haciéndolo. No importa cuánto te
presione la gente; de un modo u otro, cualquier persona siempre podrá escribir
lo que quiera. No digo que no se escriba sobre política; hay gente que sí
debería hacerlo. Pero los que no lo sientan como algo natural, no deberían
hacerlo.
La
belleza, el asunto de su último libro. ¿Qué es para usted la belleza?
Es
una colección infinita de cosas. Para mí empieza por las caras de las personas.
Soy muy afortunada en este sentido. Descubro la belleza al ver a dos personas
hablando por la calle, en una piedra, en un árbol, en algún chiste… En la
oportunidad de sentarse y leer cualquier cosa. Todo eso es belleza. Por eso no
entiendo a la gente que se deprime teniendo tantas cosas bellas alrededor. Me
siento feliz y siempre lo he sido. Puedo ser melancólica o sentirme triste,
pero no soy capaz de deprimirme. Encuentro muy difícil sentirme miserable
durante mucho tiempo. Sin ser religiosa, tengo una especie de sentido del
éxtasis religioso. Siempre he sentido alegría. Soy así.
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