miércoles, 8 de agosto de 2012

Fragmentos Nº60: Yo confieso


Jaume Cabré
Yo confieso

Entonces apareció Carolina Amato. Salió de casa con la melena corta al viento, cruzó la calle y fue directamente al puesto de guardia de Fèlix, él que creía que se había camuflado perfectamente. Y cuando llegó, lo miró con una sonrisa radiante pero silenciosa. Él tragó saliva, apretó la cajita en el bolsillo, abrió la boca y no dijo nada.
—Yo también —respondió ella. Y al cabo de muchas campanadas—: ¿Te ha gustado?
—No sé si puedo aceptarlo.
—El gioiello es mío. Me lo regaló mi tío Sandro cuando nací. Lo trajo él de Egipto. Ahora es tuyo.
—¿Qué van a decir tus padres?
—Es mío y te lo doy: no van a decir nada. Es una prenda mía.
Y lo tomó de la mano. A partir de ese momento, cayó el cielo sobre la tierra y Abelardo se concentró en el tacto de la piel de Eloísa, quien lo arrastró hasta un vicolo anónimo, lleno de porquería, pero que olía a rosas de amor, y lo condujo al interior de una casa cuyas puertas estaban abiertas, en la que no había nadie, mientras las campanas repicaban y una vecina gritaba por la ventana anuntio vobis gaudium magnum, Elisabetta, la guerra é finita! Pero los dos amantes iban a iniciar una batalla esencial y no oyeron la proclama.

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