Vidas de vidas. Una historia no académica de la biografía de Cristian Crusat
424 páginas
Voces/ Ensayo • 206
ISBN: 978-84-8393-178-3
21,5 x 14 cm
20,19 / 21 €
Con Vidas de
vidas. Una historia no académica de la biografía (Entre Marcel Schwob y la
tradición hispanoamericana del siglo xx), Cristian Crusat ha escrito un
ensayo tan documentado y pasional como el mismo material con el que ha
trabajado: arrancando desde una particular historia no académica del arte
biográfico –De Quincey, Aubrey, Diógenes Laercio, Boswell–, Vidas de vidas
traza un mapa complejo y apasionante de una de las tradiciones más subyugantes
y originales del siglo xx: la «vida imaginaria».
Tomando principalmente
la obra de Marcel Schwob, Crusat logra dejar al descubierto todos los
puentes que se tienden entre el pasado y el presente para desvelar los
mecanismos de este microgénero que se prolonga y consolida en la literatura en
español con los deslumbrantes casos de Borges, Reyes, Wilcock, Bioy Casares y
Bolaño.
Riguroso y creativo al
mismo tiempo –constantemente salpicado de anécdotas y líneas de fuga que pasan
de autores como Tabucchi o Kiš a Jaeggy o Michon–, Vidas de vidas hace visible
y coherente esa importante constelación de autores tan diferentes, una
tradición consciente, reconocible y uniforme, que en este libro se transforma
en una nueva forma de leer la historia de la literatura.
Un libro sobre libros
que le ha valido a Cristian Crusat el VI Premio Málaga de Ensayo, una lectura
sobre lecturas en la que se conjugan las visiones creativa y comparatista de
las tradiciones europeas y americanas del siglo xx, porque «vista así, la
historia literaria confirma su naturaleza flexible, maleable y simultánea,
características todas –también– de la dimensión imaginativa del hombre».
El
propósito que guía el presente libro es el de desvelar los singulares
mecanismos que subyacen tras esta tradición de autores hispanoamericanos, una de
las más originales del siglo xx. Y si bien Vies imaginaires, de Marcel Schwob,
obra precursora de toda esta tradición, fue escrita en francés, cabe reseñar que
ha acabado configurando en las letras hispanoamericanas, gracias a autores
mexicanos, argentinos o chilenos, una auténtica morada literaria –en la terminología
de Claudio Guillén (2007)–, esto es, un conjunto de procedimientos, modelos,
temas o formas relacionados entre sí. A grandes rasgos –y con Vies imaginaires
como auténtica piedra de toque de toda esta tradición–, Historia universal de
la infamia, de Jorge Luis Borges, y Crónicas de Bustos Domecq, de Jorge Luis
Borges y Adolfo Bioy Casares, se alzan como la principal referencia –por sus mordaces
y disparatadas peripecias– para Juan Rodolfo Wilcock y Roberto Bolaño, los
últimos eslabones de esta tradición, cuyos compendios acometerán su corrosivo
ataque a la razón tecnológica (La sinagoga de los iconoclastas) y a la
institución literaria (La literatura nazi en América) mediante una radical y
despiadada ironía: exagerando, ridiculizando, ambos libros parecen poner en
solfa la tradición enciclopedista surgida durante la Ilustración, satirizando
tanto los temas culturales y literarios propios de la modernidad como los
excesos tecnocráticos y totalitarios del siglo xx. Pero esto no era nuevo, pues
las Vies imaginaires proponían fundamentalmente una lectura individualizada,
irónica y carente de la dimensión moral y ejemplarizante de la Historia que
había caracterizado tradicionalmente al género: este fue el principal hallazgo
de Schwob y la razón por la que este modelo biográfico se condijo con las necesidades
de Borges para su Historia universal de la infamia.
La
tarea impuesta conduce al terreno de la Literatura Comparada, a sus
preocupaciones, enfoques y desafíos. La perspectiva interhistórica y supranacional
inherente a dicha actitud comparatista implica que no existe un canon
deslindable y que es recomendable superar una visión nacional o nacionalista de
la literatura, asumiendo la ambición estética de trascender el conocimiento de
una literatura concreta. Además, todas estas obras se analizarán a partir de las
claves ofrecidas por Marcel Schwob en su fundamental prólogo de Vies
imaginaires, pues esas páginas, mediante sus alusiones y referencias
específicas, instauran una historia no académica del arte biográfico. A través de
los libros enumerados en su prefacio, Schwob impone un modelo de biografía que
–como se comprobará– perdura hasta nuestros días, definido por el predominio de
la historia interna (esto es, los aspectos más subjetivos, a menudo coloreados libremente
por la imaginación del narrador) frente a la más convencional historia externa o
«histórica» (consistente en los meros datos comprobables) 10. Cabe afirmar que
se trata de un proceso tan concreto como fecundo en la literatura
contemporánea, el cual se podría resumir mediante la siguiente aseveración: «No
tenemos por qué saberlo todo del hombre. Menos que todo puede ser el hombre»
(DeLillo, 2007: 10). Y a pesar de que determinados trabajos han estudiado la
peculiar naturaleza del proyecto de Schwob, resulta de todo punto necesario un
acercamiento exhaustivo a la fortuna literaria del escritor de Vies imaginaires
que tenga en cuenta la reestructuración completa que esta obra genera en el
seno de la historia de la literatura biográfica y en la literatura escrita en
español, así como las estrategias que se fraguaron por parte de los autores que
se integraban en dicha tradición biográfica y también sus aportaciones al
modelo original. La lectura de todos esos libros no solo obligará a releer los
ejemplos de Schwob y de sus precursores desde un nuevo paradigma de
posibilidades, sino que revelará vínculos insólitos entre ellos, dando cuenta una
vez más de la condición dialógica de la historia literaria. En definitiva, la
«vida imaginaria» nos recuerda que es posible consumar más destinos que aquellos
que nos forjamos a duras penas.
Ocho centímetros de Nuria Barrios
Voces/ Literatura • 210
ISBN: 978-84-8393-182-0
24 x 15 cm
14,42 / 15 €
¿Qué distancia separa
el dolor de la felicidad? Un pastor evangelista gitano proclama ante sus
enardecidos fieles en un poblado chabolista que la distancia entre uno y otra
es de ocho centímetros. En ese intervalo mínimo se sitúan las historias de
Nuria Barrios, intensas y vibrantes: allí donde no todo está perdido, donde la
escritura hace reconocibles umbrales que raramente se nos muestran. Estos once
relatos tienen aristas y brillan con dureza. Son once diamantes. Cortan. ¿No es
acaso lo que esperamos de la literatura? Que indague, que nos ilumine, que nos
duela.
De Nuria Barrios se ha
escrito: «Sabe crear tensión, imagina situaciones tan estrambóticas como
atractivas y tiene la extraña capacidad de resultar igual de creíble cuando
narra con voz masculina que cuando narra en femenino», La Vanguardia; «Lúcida,
irónica, Nuria Barrios nos sumerge en historias, a veces trágicas y a veces
cómicas», Qué leer; «Una voz singular, un punto de vista único», El
Correo; «Nuria Barrios tiene una mirada muy inquietante para descubrir el
enredo de los sentimientos, la bulla y fragilidad del animal racional», El
País; «Un libro descarnado, irónico, corrosivo», ABC.
Encontraron
en un esquinazo un local tan angosto que la barra parecía pegada a la puerta de
entrada. El camarero y un hombre acodado en el mostrador tenían la vista clavada
en el televisor, colocado en una repisa elevada. Retransmitían un partido de
fútbol y, en el aire rancio del bar, brillaban los colores distorsionados de la
pantalla: el verde tropical del césped, la piel roja de los jugadores. Pidieron
dos botellas de agua; el camarero se limpió con desgana las manos en un trapo
mugriento antes de tendérselas. El marido compró también una cajetilla de
Marlboro y salieron a la calle a esperar.
Había
una mesa metálica con tazas de café vacías y trozos de pan. Ella colocó las
tazas en el suelo y apartó las migas de la mesa con una servilleta de papel. No
había árboles en el barrio; los edificios de ladrillo se sucedían frente a
ellos como un paredón. La ropa tendida en las ventanas colgaba inerte en el
calor. Un hombre joven con una camiseta negra y unos pantalones de chándal
negros con grandes letras doradas entró en el bar con un pitbull sujeto por una
correa muy corta.
El
marido encendió un pitillo.
–Este
barrio invita a delinquir –murmuró, tras exhalar
el
humo, que pareció quedar detenido en el aire abrasador antes de desaparecer.
Ella
sonrió, mientras limpiaba la boca de la botella de plástico.
–Tenías
que haber visto estas calles hace años. –Dio un sorbo y señaló uno de los
bloques que había en la acera de enfrente–. La familia que vivía en el primero
serró la barandilla de la terraza para colocar una escalera y los hijos subían
y bajaban a la calle por ella. Y mira ahora, no hay una sola terraza que no
tenga rejas.
Ya
no hablaron más. Cuando faltaban diez minutos para las ocho, se levantaron y se
dirigieron a la iglesia. La mujer cogió la mano de su marido, el estómago
encogido por los nervios.
La muerte juega a los dados de Clara Obligado
Voces/ Literatura • 209
ISBN: 978-84-8393-180-6
24 x 15 cm
16,35 / 17 €
La muerte juega a los
dados es un libro capaz de situarse en la frontera de los géneros y de la
ficción misma. En una casa de la clase alta de Buenos Aires aparece un hombre
con un disparo en la sien. Estamos en 1936. A partir de este relato, se
teje una compleja red de historias que, en general, ha sido exclusiva de la
novela. Clara Obligado desarrolla, al mismo tiempo, una narración policíaca y
una saga familiar que llega hasta nuestros días, una colección de cuentos de
brillante arquitectura cuyos afluentes arrastran al género hacia caminos
nuevos.
Elaborada y precisa,
experimental en muchas ocasiones, la escritura de Clara Obligado –que obtuvo el
Premio Setenil al mejor libro de cuentos del año con El libro de los viajes
equivocados– es capaz de emocionar y atrapar al lector. Pero, sobre todo, es
capaz de sorprenderlo.
De Clara Obligado se ha
escrito:
“Hay tantas
sensaciones, tantos aromas, tanta vida en estos cuentos que sin duda la
elección de cualquiera será igualmente acertada, seguro”, Javier Goñi, El País
(España);
“Un poderoso conjunto
de relatos”, Matilde Sánchez, Clarín (Argentina);
“Un libro en el que un
torbellino de azares y coincidencias comunica y cruza las diversas historias
(...). Hay joyas que conmocionan al lector”, Ernesto Calabuig, El
Cultural (España).
Esa
misma mañana, Alma, hija única del matrimonio Lejárrega, soportaba las clases
de francés de Mme. Tanis. Había perdido dos semanas de colegio porque se había caído
de su pony en «Los naranjos» y le estaba costando recuperarse. Le dolía un poco
la rodilla cuando la institutriz la obligaba a sentarse recta y le señalaba los
objetos de su habitación con su dedo afilado. Los ojos grises de halcón clavados
en ella. La niña sudaba nerviosa hasta que Mme. Tanis daba por terminada la
clase y la llevaba en volandas al baño. Había que ducharse con mucho jabón.
¡Hueles mal!, le decía, ¡no toquetees a tu madre, te pringas con ese empalagoso
perfume de lilas! ¡Las niñas buenas no huelen a lilas! La institutriz tenía
olfato de lebrel y siempre vestía de negro. Llevaba el pelo gris férreo peinado
en un rodete tirante y, cuando iba a buscarla al colegio, se calaba un sombrero
de alas anchas, sostenido por alfileres, que la hacía parecer aún más
imponente. Era delgada, dura por dentro y por fuera, elegante, sí, pero de una
manera repetitiva. Alma le tenía miedo y, siempre que podía, se escapaba a la
recámara de su madre. A veces lograba trepar a su regazo y acercaba la naricilla
al cuello largo, trataba de robar el aroma de esa melena roja que se desplegaba
como el oleaje. Hundirse en los remolinos de la nuca, ahogarse en el perfume
mareante de mamá. ¿Por qué no tengo tu pelo rojo? Y mamá, siempre un poco
tensa, la alejaba de su cuello y le acariciaba los rizos cortos mientras
susurraba: rubio es más bonito, mi niña preciosa, te pareces a Shirley T.
Entonces Alma sonreía con sus preciosos hoyuelos y se prometía ser eternamente
buena, como Shirley Temple en la pantalla.
–Te
quiero tanto. Te quiero, ricitos de oro. Vamos a hacer una pajarita de papel.
Los dedos finos de mamá, las uñas rojas, el anillo de brillantes que corta el
aire plegando y desplegando, tris-tras, tris-tras. Magia.
–Para
tener suerte, hay que hacer mil.
–¿Y
para qué sirven?
–Para
nada, mi amor, las cosas bellas nunca sirven para nada.
Siempre
repite lo mismo, en el mismo orden: el pelo, Shirley T., las pajaritas, las cosas
bellas. Abre el cajón del tocador. Dentro, junto al perfume de lilas, Alma ve
el nido de las pajaritas blancas, con su piquito doblado.
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