La vida soñada de Rachel Waring de Stephen Benatar
Traducción de Jon Bilbao
ISBN: 978-84-15979-53-1
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 336
PVP: 21,95 €
Considerada por
críticos como John Carey una de las obras capitales de la literatura inglesa
del último cuarto del siglo XX, y recientemente recuperada por NYRB, La vida
soñada de Rachel Waring es una obra maestra del humor, el horror y la locura.
Rachel Waring es una
mujer feliz. Quizá demasiado. Una tía lejana le ha dejado en herencia una
mansión georgiana en Bristol, y de la noche a la mañana decide romper con todo.
Así que, sin pensárselo dos veces, deja atrás su aburrida vida en Londres, se
despide de su trabajo de oficinista y de su deprimente compañera de piso y se
transforma en la mujer que siempre quiso ser: devota del amor, la creatividad y
la belleza, y siempre con una canción en los labios. Instalada en su nueva
casa, Rachel contrata los servicios de un atractivo jardinero, empieza a
escribir un libro e impresiona a todos con un optimismo casi insano. Sin
embargo, a medida que Rachel se sumerge más y más en un mundo de lujo y de
placeres, su entorno empieza a cuestionar lo excéntrico de su comportamiento y
lo evidentemente enfermizo de su euforia.
Creo
que su intención fue, de algún modo, tranquilizarme. Mientras la señora Pimm
regresaba a su fotografía en color de un marido con mejillas iguales a las
suyas, rojas como manzanas, y de tres hijas con sonrisas idiotas, mientras
regresaba a sus jardines veraniegos repletos de rosas, yo caminaba pensativa
hacia la parada de autobús y recordaba cómo Bridget, mientras metía la tarta en
el horno, me dejaba rebañar con el dedo el cuenco donde había preparado la
masa. Me acordé de cuando me contaba las películas que veía en sus días libres,
y de cuando me hablaba de los dos rebeldes sobrinos que tenía en Donegal, y que
pretendían casarse conmigo.
Naturalmente,
pensé asimismo en mi tía abuela. Volví a oír sus descripciones de vestidos de
baile —todos en tonos pastel— que giraban y giraban, y de lady Shayne,
anteriormente Sarah Millick, enemiga de los convencionalismos y siempre huyendo
de la felicidad (y también de la tragedia, ¿pero no sería que había sacrificado
la primera para evitar la segunda?), ya canosa y con más de setenta años, pero
conservando la figura juvenil y luciendo un exquisito vestido largo. Al final
de la obra, debido al ensimismamiento de cuantos hasta entonces la habían
rodeado, se queda sola en el escenario. Lentamente, lo recorre hasta ocupar el
centro. Al principio permanece inmóvil. A continuación comienza a reír. Una
risa extraña, entrecortada, desdeñosa. De pronto despliega los brazos.
Aunque
mi mundo se ha venido abajo,
aunque
el final se halla próximo,
os
amaré hasta la muerte.
¡Adiós!
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