jueves, 5 de febrero de 2015

Novedades, febrero de 2015: Impedimenta



El Levante de Mircea Cărtărescu 

Traducción de Marian Ochoa de Eribe
Prólogo de Carlos Pardo 

ISBN: 978-84-15979-38-8
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 240
PVP: 20,95 €

Mircea Cărtărescu comenzó a escribir El Levante en 1987, cuando era un amargado profesor en una escuela de barrio en Bucarest. Recién casado y con una hija pequeña, escribía en la cocina, en su máquina de escribir Erika, sobre un mantel de hule; con una mano tecleaba y con la otra mecía el cochecito de la niña.

Concluyó la obra pocos meses antes de la caída del comunismo, sin soñar siquiera con la posibilidad de publicarla. El resultado fue uno de los experimentos poéticos más fascinantes escritos jamás: una epopeya heroico-cómica, que es también una aventura a través de la historia de la literatura rumana, que sigue la técnica utilizada por James Joyce en el capítulo del Ulises «Los bueyes del sol». Pero no hace falta conocer la literatura rumana para disfrutar como un niño de las aventuras del poeta Manoil, de Zotalis, de la bella Zenaida, del temible Yogurta, de los piratas y ladrones que pululan por las aguas del Mediterráneo, y de acompañarles en su propia Odisea, plagada de batallas, amores y deserciones. Un delicioso escenario bizantino donde se confunden realidad y ficción, y un cautivador relato que invita a una lectura gozosa, pueril, inolvidable.


Mira, la noche se torna más cerrada y envuelve la Hélade; mira, las estrellas con sus miles de destellos, amarillas como el azafrán, derraman sus copas en el mar de mercurio y de ensueño. Apacibles medias lunas de oro se bañan en olas de lapislázuli. La luna, un cuerno de estaño, ha partido de la cúspide de la mezquita y se ha tendido sobre las olas como un parpado sobre la córnea, como la pestaña de una odalisca sobre el rostro de un isicasta. La media luna se vuelve fríos añicos sobre la bahía. El delfín asoma de las aguas y recoge polvo de oro de la bóveda celeste. Un sudor dorado hace que brillen en la oscuridad los mástiles, y los odres de las velas se hinchan bajo un cielo de icosari. El mar es liso como el cristal, el cielo es de madreperla. El polvo de las estrellas ilumina como si fuera de día, el Escorpión mueve su aguijón, las Pléyades se pasean por la bóveda, las Osas brillan como piedras preciosas en un cofre, Géminis se inclina sobre el parapeto de la esfera celestial. Todo lo que alcanza la vista son islas. El único rumor que se escucha es el de la luna al deslizarse por las ruedas dentadas, como esas Vírgenes que se asoman con el niño en brazos en la torre del reloj. Las estrellas se arrojan a las olas y las olas a las estrellas.
Manoil, tu despejada frente de poeta se ha posado sobre los pergaminos, y tu pesadumbre se ha calmado. Gran Oriente, ¿cuándo has visto tú un espíritu más noble en tu Eden? Hacia el alba, el converso Ibrahim lo despierta asustado:
—!Levántate, efendi, que estamos rodeados de piratas: vienen en barcas hacia nosotros y en la primera esta su jefe, Yogurta el Tuerto, el terror de los mares que bañan la isla de Zante! !Aquí, en el Levante, su cabeza vale miles de monedas de oro! El captura todos los caiques que le salen al paso, les perfora el casco y los hunde. Amarran a los tripulantes a los mástiles y los hacen desaparecer junto con la nave.
Manoil salió a cubierta después de colocarse en el tahalí dos esplendidas pistolas traídas de Londres. Tienen la culata de marfil y, en el canon, flores de plata. !Ay de aquel al que apunte Manoil! Cuatro barcas alargadas se acercaban a la popa atravesando un mar en calma. En la primera brillaban terriblemente bajo la luz diez cimitarras. Otros tantos feces rojos se movían al ritmo de los remos envueltos en fieltro. Los palicari del puente del caique se esconden tras los cabrestantes, revisan la pólvora de los arcabuces, se encomiendan a los iconos que llevan al cuello. Son solo siete, y los piratas, cuarenta. No se divisa ninguna vela en el horizonte.
—!Estamos perdidos! —grita lastimero el grumete Ianis.
Solo Manoil conserva la calma. Contempla el amanecer sobre las aguas de napalm.

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