jueves, 20 de noviembre de 2014

Novedades, noviembre de 2014: Impedimenta



Damas en bicicleta de F. J Erskine 

Traducción de José C. Vales 

ISBN: 978-84-15979-33-3
Encuad: Cartoné
Formato: 13 x 21 cm
Páginas: 112
PVP: 14,95 €

Publicada en 1897, estamos ante una de las primeras guías para mujeres ciclistas de la época victoriana. Un manual que sirvió para instruir y modelar a las primeras generaciones de arriesgadas amazonas del pedal, incluyendo la selección de la bicicleta adecuada a las damas de la buena sociedad, su atuendo y complementos, la elección de la comida y la bebida más convenientes para tomar durante el viaje, y hasta la organización de divertidas ginkanas ciclistas en tu jardín.
Además de afrontar la espinosa cuestión de si montar en bicicleta constituía una actividad apropiada para las mujeres. Un libro revolucionario que es el espíritu de una época en que montar en bicicleta constituía una actividad naciente para las féminas más modernas y temerarias del Imperio.


Si la bicicleta es de uso casi indispensable para todos aquellos que viven en el campo, también lo es para aquellos que habitan en las ciudades. Pocos —salvo los que no los han sufrido— desconocen los horrores de una noche de agosto en Londres, asfixiante y abrasadora, con ese cielo tan turbio y oscuro, con esas paredes recalentadas, esas aceras chamuscadas, ese pestilente pavimento de madera embreada, esa imposibilidad de encontrar ningún lugar adonde huir. El tren metropolitano subterráneo londinense es sofocante y está mal ventilado, los agobiantes omnibuses pasan uno tras otro atestados de gente, atronando con su insoportable traqueteo. Los obreros que llevan trabajando todo el día, y que suspiran por un poco de aire fresco, apenas encuentran una especie de atmósfera polvorienta que llevarse a los pulmones, y los respiraderos de las calles no consiguen sino provocar en los ya de por sí sufridos londinenses episodios de cefalalgia y brotes de irritación nerviosa. Pues bien, hay que decir que un simple soplo de aire fresco aliviaría de un plumazo semejantes dolencias.
Es en este punto donde la bicicleta acude en nuestro auxilio. Durante años fue una herramienta utilísima para las jóvenes generaciones, que acostumbraban a salir a dar paseos campestres tan pronto como concluían sus labores cotidianas. Los tiempos han evolucionado, y nosotras con ellos, de modo que las mujeres comenzamos a participar en los distintos oficios y negocios —en aquellos en los que se nos admite, claro está— y, como consecuencia natural, también las mujeres empezamos a exigir el descanso preceptivo, igual que nuestros compañeros masculinos.
Fue entonces cuando se desató la bicimanía en Francia. Este país, tan alegre y audaz, siempre se mostró gustosamente proclive al uso de la bicicleta y, como ocurre con la mayoría de las modas procedentes de París, no transcurrió mucho tiempo antes de que el uso de la bicicleta —más bien escaso hasta ese momento en nuestro país— estallara también como una moda en las Islas. Pero como por naturaleza somos una nación de tenderos —«chicos de los recados», nos llaman cariñosamente nuestros primos continentales—, aunque el ciclismo parecía ser solo una tendencia pasajera, en nuestro país siempre fue menos una moda que una útil y práctica afición. Las damas van a hacer los recados sobre ruedas; se dice que las princesas prefieren montar en bicicleta a montar en sus caballos («las bicicletas son más manejables»); los campesinos y los habitantes de las comarcas rurales visitan a sus vecinos utilizando las dos ruedas, en vez de emplear el caballo… Y no solo eso, sino que es con harta frecuencia el deseo de utilizar la bicicleta precisamente lo que los impulsa a hacer dichas visitas.

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