Damas en bicicleta de F. J Erskine
Traducción de José C. Vales
ISBN: 978-84-15979-33-3
Encuad: Cartoné
Formato: 13 x 21 cm
Páginas: 112
PVP: 14,95 €
Publicada en 1897,
estamos ante una de las primeras guías para mujeres ciclistas de la época
victoriana. Un manual que sirvió para instruir y modelar a las primeras
generaciones de arriesgadas amazonas del pedal, incluyendo la selección de la
bicicleta adecuada a las damas de la buena sociedad, su atuendo y complementos,
la elección de la comida y la bebida más convenientes para tomar durante el
viaje, y hasta la organización de divertidas ginkanas ciclistas en tu
jardín.
Además de afrontar la espinosa cuestión de si montar en bicicleta
constituía una actividad apropiada para las mujeres. Un libro revolucionario
que es el espíritu de una época en que montar en bicicleta constituía una
actividad naciente para las féminas más modernas y temerarias del Imperio.
Si
la bicicleta es de uso casi indispensable para todos aquellos que viven en el
campo, también lo es para aquellos que habitan en las ciudades. Pocos —salvo
los que no los han sufrido— desconocen los horrores de una noche de agosto en
Londres, asfixiante y abrasadora, con ese cielo tan turbio y oscuro, con esas
paredes recalentadas, esas aceras chamuscadas, ese pestilente pavimento de
madera embreada, esa imposibilidad de encontrar ningún lugar adonde huir. El
tren metropolitano subterráneo londinense es sofocante y está mal ventilado,
los agobiantes omnibuses pasan uno tras otro atestados de gente, atronando con
su insoportable traqueteo. Los obreros que llevan trabajando todo el día, y que
suspiran por un poco de aire fresco, apenas encuentran una especie de atmósfera
polvorienta que llevarse a los pulmones, y los respiraderos de las calles no
consiguen sino provocar en los ya de por sí sufridos londinenses episodios de
cefalalgia y brotes de irritación nerviosa. Pues bien, hay que decir que un
simple soplo de aire fresco aliviaría de un plumazo semejantes dolencias.
Es
en este punto donde la bicicleta acude en nuestro auxilio. Durante años fue una
herramienta utilísima para las jóvenes generaciones, que acostumbraban a salir
a dar paseos campestres tan pronto como concluían sus labores cotidianas. Los tiempos
han evolucionado, y nosotras con ellos, de modo que las mujeres comenzamos a
participar en los distintos oficios y negocios —en aquellos en los que se nos
admite, claro está— y, como consecuencia natural, también las mujeres empezamos
a exigir el descanso preceptivo, igual que nuestros compañeros masculinos.
Fue
entonces cuando se desató la bicimanía en Francia. Este país, tan alegre y
audaz, siempre se mostró gustosamente proclive al uso de la bicicleta y, como
ocurre con la mayoría de las modas procedentes de París, no transcurrió mucho tiempo
antes de que el uso de la bicicleta —más bien escaso hasta ese momento en
nuestro país— estallara también como una moda en las Islas. Pero como por
naturaleza somos una nación de tenderos —«chicos de los recados», nos llaman cariñosamente
nuestros primos continentales—, aunque el ciclismo parecía ser solo una
tendencia pasajera, en nuestro país siempre fue menos una moda que una útil y
práctica afición. Las damas van a hacer los recados sobre ruedas; se dice que
las princesas prefieren montar en bicicleta a montar en sus caballos («las
bicicletas son más manejables»); los campesinos y los habitantes de las
comarcas rurales visitan a sus vecinos utilizando las dos ruedas, en vez de
emplear el caballo… Y no solo eso, sino que es con harta frecuencia el deseo de
utilizar la bicicleta precisamente lo que los impulsa a hacer dichas visitas.
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