Bassett de Stella Gibbons
Traducción de Laura Naranjo y de Carmen
Torres García
ISBN: 978-84-15979-13-5
Encuad: Rústica
Formato: 14 x 21 cm
Páginas: 320
PVP: 22,50 €
La casa de huéspedes de
La Torre se encuentra ubicada en un frondoso bosque de hayas en pleno
Buckinghamshire. La regentan dos extraordinarias mujeres de muy marcada
personalidad: la balsámica y lloriqueante señorita Padsoe, que vive atribulada
por los desprecios del servicio, y la más joven y práctica señorita Baker,
londinense hasta la médula y aficionada a las tostadas y al té bien cargado.
Sin embargo, su amistad es mera apariencia pues ambas se odian con todas sus
fuerzas.
En la vecindad se alza la fastuosa mansión de los Shelling, en la que viven George y su hermana Bell, y en la que se organizan alocadas fiestas dedicadas a los Cerebritos, a los Automovilistas y al Amor Libre. En la casa de los Shelling trabaja como dama de compañía la bella señorita Catton. Entre George y ella surgirá el amor.
En la vecindad se alza la fastuosa mansión de los Shelling, en la que viven George y su hermana Bell, y en la que se organizan alocadas fiestas dedicadas a los Cerebritos, a los Automovilistas y al Amor Libre. En la casa de los Shelling trabaja como dama de compañía la bella señorita Catton. Entre George y ella surgirá el amor.
No
estaba precisamente como unas castañuelas.
En
parte porque le dolía horrores la cara y en parte porque sabía que tenía que
hacer algo con el dichoso dinero y no sabía qué. Pero también porque hacía una
tarde de perros, tan oscura y tan desesperadamente invernal que los escaparates
de las tiendas y las calles parecían iluminados para desafiar a la noche, como
si el sol se hubiera puesto para siempre y el mundo estuviera condenado a
iluminarse de manera artificial hasta el fin de los tiempos. Para colmo,
llevaba todo el día lloviendo y los paraguas y los gruesos abrigos apestaban a
humedad, y todo el mundo se abría paso a codazos en los autobuses y en el
metro.
«Ay,
Señor, qué ganas tengo de llegar a casa», pensó la señorita Baker enfadada,
agarrada a uno de los asideros que colgaban del techo del vagón.
La
consulta del dentista se encontraba en Camden Town, en una esquina cercana a su
casa. Llegó puntual y se sentó en la sala de espera junto a otras dos o tres personas
visiblemente molestas y asustadas, aguardando su turno y ojeando los chistes de
la revista The Humorist. En la mesa también había un ejemplar de un periódico de
seis peniques titulado Town and Country y la señorita Baker lo cogió con la
esperanza de encontrar alguna buena historia en su interior. Le encantaban las
historias.
No
halló ninguna interesante, pero, entre otros artículos, se fijó en una columna
titulada «La mano amiga».
Debajo
de este encabezamiento se explicaba cómo asociarse con otras personas según los
datos aportados por una tal Phoebe, que dirigía esta columna desde la intimidad
de una oscura bocacalle de Holborn. Ella era quien ponía en contacto por carta
a mujeres solteras sin formación pero capaces con señoras emprendedoras que disponían
de algún capital, y las iniciaba en una prometedora carrera criando pollos en
St. Ives o regentando una tienda de artesanía en Newcastle-on-Tyne. La
susodicha Phoebe nunca sabía (salvo algunas veces en que se enteraba por casualidad
al cabo de muchos años) si la asociación había sido un éxito o si las señoras
se habían tirado de los pelos a la media hora de conocerse. Ella era capaz de
llevar a las lectoras del Town and Country al éxtasis o a la desolación, pero permanecía
(tal vez por prudencia) invisible y anónima.
Como
es lógico, la señorita Baker leyó «La mano amiga» con la mente puesta en su
dichoso dinero ahorrado; ya se le había ocurrido antes que podía emplearlo en
algo por el estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario