Franck
Thilliez
Gataca
Con
la cabeza descubierta, Franck Sharko avanzaba bajo la lluvia. Se había
levantado viento, como un bofetón frío que enrojecía las mejillas. Alzó el
cuello de su impermeable demasiado holgado y, con las manos en los bolsillos,
se adentró en el cementerio.
La
procesión se hallaba al final de la sexta avenida. Una hilera de siluetas
negras inmóviles que luchaban contra la tempestad para evitar que sus paraguas
se hicieran pedazos. Tal vez los padres adoptivos de Grégory Carnot, sus tíos y
sus tías. Gente para la cual el asesino aún tenía trazas de humanidad.
Individuos en busca de respuestas que no obtendrían nunca. Calados, los
empleados de pompas fúnebres descendían una caja de madera al fondo del
agujero.
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