El
síndrome E
De
repente, los labios de la chiquilla se encogieron y sus rasgos se arrugaron.
Lucie tuvo la impresión brutal de encararse con una encarnación del mal
absoluto. Como un guerrero, la niña echó a correr hacia los conejos, que
saltaron a un lado y a otro. Con gesto seguro, cogió a uno de los conejos por
la piel de la espalda y, con una mueca que debió de ir acompañada de un grito,
arrancó la cabeza del cuerpo.
La
sangre le salpicó el rostro.
Abandonó
a la bestia despedazada y se abalanzó sobre otro animal, sin dejar de gritar.
Lucie apretó los puños. Aunque la película fuera muda, se podía adivinar la
fuerza, la rudeza de los gritos de la criatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario