El devorador de calabazas de Penelope Mortimer
Traducción de Magdalena Palmer
ISBN: 978-84-15979-36-4
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 240
PVP: 19,95 €
Antes de que fuese chic
que las amas de casa intercambiasen historias sobre su tristeza como
intercambiaban recetas para el relleno del pavo, antes de que su vida pudiera
considerarse literaria y de que una mujer desesperada inspirase interés en
lugar de hartazgo, existió Penelope Mortimer.
La protagonista de esta ingeniosa comedia negra, una roman à clef intelectualmente impecable, la señora Armitage, ha pasado por cuatro matrimonios y es madre de un buen número de hijos. Pero quiere tener más ya que, en su opinión, traer hijos al mundo es algo que se le da bien. La maternidad es lo que hace de ella un ser humano importante, una idea que no encaja en los planes de su actual marido, Jake Armitage, un guionista de éxito que le hace creer que la única manera de salvar su matrimonio es impidiendo el nacimiento de un nuevo bebé. Se inicia así una lucha brutal en la que la señora Armitage es a la vez el campo de batalla, la víctima y la ejecutora.
La protagonista de esta ingeniosa comedia negra, una roman à clef intelectualmente impecable, la señora Armitage, ha pasado por cuatro matrimonios y es madre de un buen número de hijos. Pero quiere tener más ya que, en su opinión, traer hijos al mundo es algo que se le da bien. La maternidad es lo que hace de ella un ser humano importante, una idea que no encaja en los planes de su actual marido, Jake Armitage, un guionista de éxito que le hace creer que la única manera de salvar su matrimonio es impidiendo el nacimiento de un nuevo bebé. Se inicia así una lucha brutal en la que la señora Armitage es a la vez el campo de batalla, la víctima y la ejecutora.
—La
casa en que vivimos —empecé—. La sala da al sur, tiene unas ventanas enormes, de
guillotina, y basta que haga un poco de sol para que la sala se convierta en un
invernadero, hace muchísimo calor. Y, claro, con el sol se ve más el polvo.
Cuando la gente entra en la sala por primera vez, siempre dice que es una habitación
preciosa, pero luego, pasado un rato, empieza a ver ciertas cosas. Casi siempre
las mujeres, aunque también los hombres. Alguien escribió un artículo sobre
Jake; dijo que él compraba libros, no yates. Bueno, la verdad es que no compra
ni una cosa ni la otra. No compra nada. Lo que la gente nota son las quemaduras
en la alfombra y las manchas de la pared. Jake bebe mucha cerveza de lata y ya
sabe cómo salpica cuando se perfora la tapa. Y luego están los niños… Pues
bien, nadie ha lavado esas paredes, a saber por qué, desde la última vez que
las pintaron, hará unos dos años.
»Y
es una habitación preciosa, desde luego. Me paso allí casi todo el tiempo;
podría decirse que vivo allí. La conozco muy bien. Hay un cuadro a ese lado de
la pared, ahí, justo al entrar, una cosa espantosa amarilla y verde, una de
esas pinturas abstractas. Es de Jake. Aunque es el cuadro más horrendo del
mundo, no nos deshacemos de él. También hay montones de revistas. Sencillamente
no nos deshacemos de las cosas. Todavía guardamos en el trastero las bicicletas
que nos trajimos del campo, y mira que han pasado años desde aquello. No sirven
de nada. Y luego no tenemos sitio para poner las cosas nuevas.
»A
lo que iba. Jake tiene un estudio en la planta baja; siempre solía escribir en ese
estudio, en la época en que aún no se había mudado al despacho. Su despacho
está en el barrio de St. James, ahora trabaja allí. Yo hace mucho que no voy. A
Jake nunca le gustó trabajar en el estudio, se sentía solo. Siempre subía a
hablar con alguien, con los niños, o conmigo, o con quienquiera que estuviese
en casa. Se preparaba cosas para comer, siempre tenía hambre, le gustaba estar
en la cocina. Jake es hijo único, claro. Los dos lo somos. Tenemos ocho dormitorios,
pero solo un cuarto de baño. No sé qué más contarle…
Siguió
un largo silencio. Pensé que a lo mejor él se había dormido. Esa chimenea de
gas dormiría a cualquiera; debería poner un cazo con agua delante.
—¿Sigo?
—Por
favor.
—¿No
es ya la hora?
—Solo
si usted quiere.
—Debería
poner un recipiente con agua delante de esa chimenea, ¿sabe?
—¿Le
parece demasiado calurosa?
—El
problema es que la gente tira las cerillas en el recipiente y se quedan
flotando allí durante días. Luego el agua se seca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario