Crónicas de la Era K-pop de Fernando San Basilio
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 176
PVP: 16,95 €
La nueva novela de San
Basilio (Curso de Librería, Mi gran novela sobre La Vaguada, El joven vendedor
y el estilo de vida fluido), uno de los más iconoclastas y visionarios
escritores españoles de la actualidad, dotado de un ojo privilegiado para
descubrir lo inédito y lo enigmático que reside en lo más trivial de la vida,
se asoma con humor y asombro al vibrante universo del enjambre surcoreano.
Una estudiante de la
Universidad Yonsei que frecuenta la consulta de un adivino. Un actor de
telecomedia que vive con miedo a ser asesinado por los guionistas. Una
nonagenaria que vende patitos de madera en las galerías comerciales del metro
de Seúl. Una pareja de enamorados con un cupón descuento para degustar el bollo
de leche más vendido del mundo. La burbuja de los cafés franquicia en Corea del
Sur. Y Fernández, un hombre sin apenas atributos que ha llegado a Seúl para
participar en la Feria Internacional del Café y no deja de encontrar excusas
para quedarse en el país. Soplan vientos de guerra con el vecino del norte,
pronto florecerán los cerezos y el Cumpleaños de Buda está al caer.
—¡Mis
amigos son tan tontos…!
De
modo que Paris Baguette no es lo que uno podía esperar de ella. Como no quiero
ofenderla, le digo que algunos Paris Baguette no son verdaderas cafeterías,
lugares donde pasar la tarde, dado que no hay mesas ni sillas, sino meros
despachos de bollería, panadería y todo lo demás. «Eso demuestra que son
lugares verdaderamente buenos, son lugares auténticos a los que la gente no va
para pasar el rato sino para llevarse algo bueno a casa.» Veo que no vamos a
llegar a ningún acuerdo en este asunto. En mi opinión, la panadería, el
despacho de pan, resta categoría y sobre todo calidez al café. Y los locales de
Paris Baguette en los que hay servicio de cafetería y sillas no son ninguna
maravilla y son tan acogedores como puede serlo la sandwichería Rodilla de la
estación de autobuses de Méndez Álvaro. ¿Y qué hay de Angel-in-us Coffee?,
¿acaso no es un sitio con estilo? Jae Eun hace un mohín de coquetería y junta
los brazos y mueve las manos como un patito que aletea: es una referencia a las
alas de los angelitos de la imagen corporativa de Angel-in-us Coffee. En
realidad son angelotes. Las puertas de la mayoría de estos cafés tienen por
tirador unas alas de ángel del tamaño del ala desplegada de una gaviota. Las
sillas están bañadas en algo que parece pan de oro y el olor a café hace que se
le dilaten a uno las narices. Le digo a Jae Eun que una diseñadora española ha
firmado un contrato con Angel-in-us Coffee para ocuparse de la nueva imagen
corporativa —no es exactamente así, lo que ha hecho esta diseñadora española ha
sido ilustrar algunas tazas y cojines que luego se venderán en los locales de
Angel-in-us Coffee— y ella muestra una amable indiferencia. Es verdad que
este asunto de la diseñadora española —el país de la pasión y del romanticismo,
después de todo— no era más que un dato para dejar caer en la conversación y,
como tal, desaparece en cuestión de segundos. «Firenze también tiene mucha
clase.» «¿Firenze? Creo que no lo conozco.» Que yo no conozca las cafeterías de
la cadena Firenze no significaría nada porque hay cafeterías por todas partes,
cada día que pasa descubro una nueva y además se da un fenómeno que me gustaría
comentar con Jae Eun. Algunas cafeterías son negocios particulares en los que
se pretende dar la idea de que aquello forma parte de una cadena.
—Ahora
que lo dices, es posible que Firenze no sea una cadena. Hay uno en Ansan, junto
al intercambiador de transportes. Yo soy de Ansan. Pero una cosa está clara:
Firenze tiene clase.
Ansan
es una ciudad de segunda situada a treinta kilómetros de Seúl y casi en su área
metropolitana a la que, de hecho, se puede llegar en metro o en tren de
cercanías. No es lo que suele llamarse un lugar con encanto, aunque se asome al
mar Amarillo, y tiene un pequeño problema de autoestima.
—La
gente en Ansan —dice Jae Eun— es buena; lo que pasa es que, en fin, en Ansan
hay gente de todo tipo y no todos son coreanos. No sé si me entiendes.
Hay
muy pocos inmigrantes en Corea y casi todos ellos —kazajos, rusos, indios,
bangladesíes, chinos: gente de todo tipo— están en Ansan. Por supuesto, me
apresuro a decirle a Jae Eun que he entendido. Todos los días, mucho antes de
que despunte la aurora, el padre de Jae Eun la deposita en el intercambiador
de transportes de Ansan y ella coge un autobús que la lleva hasta Wonju, lo
cual supone una hora y media en el mejor de los casos, y luego se sube en uno
de los tres autobuses urbanos que hacen parada en el campus de la Universidad
Yonsei —líneas 30, 31 y 34: media hora más o menos— salvo cuando llega tarde o
tiene el capricho de ir en taxi, lo cual le supone un desembolso extra de tres
o cuatro mil wones.
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