El que espera de Andrés Neuman
128 páginas
Voces/ Literatura • 215
ISBN: 978-84-8393-181-3
24 x 15 cm
14,42 / 15 €
«Me gusta que las cosas
que me gustan estén por ocurrir». Esa prometedora inminencia podría definir
estos cuentos, que supusieron la primera incursión de Andrés Neuman en la
narrativa breve. Un conjunto de sugestivas miniaturas y brevedades que indagan
en los misterios, geometrías y mutaciones de la expectativa. Que transcurren
entre la mirada de alguien que aguarda y algún deseo irrealizable. Su intenso
ejercicio de inquietud propicia las revelaciones del que espera arrullado, de
aquel a quien ya no esperábamos, de las últimas paciencias o las penúltimas
esperanzas.
Coincidiendo con el
décimo quinto aniversario de este debut y del nacimiento de Páginas de Espuma
–a modo de cumpleaños unísono–, ofrecemos al fin una nueva edición de El que
espera, minuciosamente revisada y con siete nuevos textos de la misma época. En
sus páginas brillan el precoz talento del autor y los múltiples vínculos con
sus obras posteriores. De este modo los lectores que han esperado junto a su
escritura verán, ahora sí, un deseo cumplido.
Del autor se ha
escrito: “Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que solo es
dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas
verdaderos”, Roberto Bolaño; “Un peso pesado de la literatura”, J. Loudis,
Times Literary Supplement; “Una escritura de una calidad rara vez encontrada”,
J. Housham, The Guardian; “Conmovedora y delicada, lúcida y vibrante, de un
lirismo casi cruel”, P-J. Catinchi, Le Monde; “Dotado de la tradición argentina
y española, y condenado a elaborar una obra única”, V. L. Mora, Diario Córdoba;
“Divertido, inteligente, ágil. Un escritor que sacude las certezas y los
encasillamientos”, S. Rosano, Revista Ñ; “Uno de los mejores cuentistas de su
generación”, S. Friera, Página/12.
El
dormitorio se curva de silencio. Mi pensamiento flota. Las sábanas lo envuelven,
placentarias. Laura me dijo que volvería temprano para que hiciéramos el amor, y
yo estuve de acuerdo. No tengo ninguna prisa. Prefiero pasar el máximo tiempo
posible así, arrullado por la espera. Me gusta que las cosas que me gustan estén
por ocurrir.
Siento
un agua con gas en los músculos. Al fondo se disuelve, palabra por palabra, el
discurso que bebo mientras caigo dormido. A veces durmiendo, aunque no lo
parezca, se disfruta más que fornicando. El deseo puede ser una responsabilidad
agotadora. No porque uno deba cumplir con nada: el deseo, de hecho, nunca puede
cumplirse. Sino porque desear a alguien en serio, como yo deseo a Laura, absorbe
la totalidad de nuestras fuerzas. Dormir es lo contrario. Cuando estoy por quedarme
dormido, igual que ella está a punto de volver, mis músculos tienden a hacer el
amor entre sí. Se reconocen, se reordenan. Por eso no me urge que Laura llegue
ahora mismo de la fiesta, mientras las puntas de mis pies se frotan, ávidas.
Minuto
a minuto, una segunda espera más profunda que el sueño se va alzando. Como un
reloj que me escalara por la piel. Como ese reloj que a Laura tanto le gusta
llevar suelto en mitad del antebrazo. Su antebrazo nervioso, de vello
oscilante.
Cada
segundo que transcurre entre las sábanas, que paso aquí, durmiendo el
pensamiento, es una fina prórroga que aumenta mi deleite. El deleite de saber
que mi amor todavía no está y está viniendo. De saber que este hueco que su
cuerpo ha dejado es un tesoro doble: el de mi actual descanso y el del placer
inminente.
London Calling de Juan Pedro Aparicio
184 páginas
Voces/ Literatura • 211
ISBN: 978-84-8393-183-7
24 x 15 cm.
Ilustraciones a color
16,35 / 17 €
«El hombre que puede
dominar una conversación en Londres puede dominar el mundo», afirmaba Oscar
Wilde. Los dominios de este libro, tan british pero tan universal al
mismo tiempo, son los de la literatura de Juan Pedro Aparicio, que abre
mil puertas a un recorrido por la capital británica: la imagen icónica de
cabinas y de taxis, la altura de los autobuses londinenses y del vuelo de
algunos ángeles misteriosos –tan parecidos a nosotros, como dice Aparicio que
dejó dicho Swedenborg–, y la conversación infinita de los miembros de un
curioso club que domina la narración. Todo un Decamerón moderno compuesto por
microrrelatos que atraviesan impecables el paisaje urbano de Londres, una de
las ciudades ineludibles de nuestro imaginario y nuestra memoria.
Acompañando la
escritura del escritor leonés –que ya demostró el dominio de la microficción en
La mitad del diablo y El juego del diábolo–, el trabajo de Fernando
Vicente viene a crear un diálogo perfecto entre palabra e ilustración para
el que no hace falta saber inglés. ¿O sí? This is London calling...
De Juan Pedro
Aparicio se ha escrito: «Esa medida, esa exigencia poemática que tantos
críticos han destacado como ritmo necesario del hiperbreve, está aquí seguida
con pulcra economía y soberbia ganancia. Hay finalmente el sabor de la
inteligencia (...). Juega con ese tono de sabio descreído, volteriano que da a
la vida una mirada entre malévola y comprensiva», José María Pozuelo Yvancos;
«un gran poder de sugerencia a partir de los hechos escuetos», Lluís
Satorras; «con la escritura se puebla de sentido el enigma de la vida,
que se hace evidente si viene acompañada por la prosa bañada en sugerencias de
quien hace ya mucho es uno de nuestros mejores y más secretos narradores»,
Enrique Turpin.
Ronald
Christopher Edwards, conde de Cheddington, dijo:
–Una
vez al trimestre llevamos una corona de flores en memoria de los millones de
animales que han sufrido por nuestro país. La depositamos en el monumento
erigido en Park Lane. Ellos no tuvieron elección, se llama. Todo un símbolo.
Ocho millones de caballos fallecieron en la I Guerra Mundial. ¡Y cuántos
perros, palomas mensajeras, delfines, leones marinos y elefantes! Solo en la II
Guerra Mundial el ejército británico condecoró a treinta y dos palomas, dieciocho
perros, tres caballos y un gato. Todos ellos recibieron la medalla Dickin, el equivalente
de la Cruz de la Victoria. Dos casos llaman la atención. Uno el de la paloma
María de Exeter que voló de vuelta al Reino Unido tras resistir el ataque de
halcones alemanes. Otro, el de los caballos Peter y Silvia, que se quedaron sin
medalla. Peter murió en combate, pero, Silvia, que, estuvo en nuestras filas,
fue repudiada y condenada a morir de hambre. Algo habría que hacer para
reivindicarla. Ambos eran andaluces, de esa inteligente y fina raza. Se habían
criado felices por los cálidos campos del sur de España. Muy jóvenes todavía,
fueron vendidos.
Cuadernos Apuntes y reflexiones de Gustave Flaubert
328 páginas
Voces/ Ensayo • 212
ISBN: 978-84-8393-184-4
22,5 x 14,5 cm.
Tapa dura
21,15 / 22 €
En la búsqueda de la
palabra exacta, del anhelado mot juste, en la creencia de que «todo
depende del plan», Gustave Flaubert –que pasará a la historia de la
literatura tanto por novelas de la altura de Madame Bovary como por
cuentos imprescindibles como «Un corazón simple»– llevó a lo largo de su vida
varios cuadernos de apuntes, donde volcaba no solo ideas para los libros
que escribió y para los que jamás escribiría, sino también aforismos, rigurosas
anotaciones de lectura o reflexiones punzantes: sobre sí mismo, sobre la
literatura, sobre el arte en general, sobre la actualidad o sobre la historia.
Los Cuadernos
aquí reunidos por el escritor Eduardo Berti, prácticamente inéditos en
castellano, permiten no solamente contemplar a un Flaubert en estado puro, sino
también apreciar la innegable evolución desde las más tempranas meditaciones a
la notas para la planeada segunda parte de Bouvard y Pécuchet, que quedó
inconclusa con la muerte del autor.
Viernes
20 de abril de 1838
I
Aquí
retomo, pues, este trabajo empezado hace dos años, un trabajo triste y lento,
como un símbolo de la vida: la tristeza y la lentitud. ¿Por qué razón lo he
interrumpido tanto tiempo? ¿Por qué me disgusta hacerlo?
II
¿Por
qué me aburre todo en esta tierra? ¿Por qué el día, la noche, la lluvia, el
buen tiempo, todo me parece siempre un triste crepúsculo donde un sol rojo se
pone tras un océano sin límites? ¡Ay, el pensamiento! Otro océano sin límites;
es el diluvio de Ovidio, un mar sin límites donde la tempestad es la vida y la
existencia.
III
A
menudo me pregunto por qué vivo, qué he venido a hacer en este mundo, y no he
encontrado más que un abismo a mis espaldas y un abismo delante de mí. A la
derecha, a la izquierda, arriba, abajo, en todas partes: tinieblas.
IV
La
vida del hombre es como una maldición que ha brotado del pecho de un gigante, que
ha de golpearse y quebrarse contra una y otra roca, sucumbiendo con cada
vibración que resuena en el aire.
V
He
oído hablar a menudo de la providencia y de la bondad celestial. No veo razones
para creer en ellas. Un Dios que se divirtiese tentando a los seres humanos
para ver hasta dónde son capaces de sufrir, ¿no sería tan cruel y estúpido como
ese niño que, sabiendo que el abejorro ha de morir, le arranca primero las
alas, luego las patas y después la cabeza?
VI
La
vanidad, según creo yo, es lo que hay en el fondo de todas las acciones
humanas. Siempre que he hablado, actuado o hecho algo en mi vida, al analizar
más tarde mis palabras y mis actos, he hallado esa vieja locura anidada en mi
corazón o en mi mente. Pese a que muchos hombres son como yo, pocos poseen la
misma franqueza.
Esta
última reflexión puede acaso ser verdadera, pero ha sido escrita por vanidad.
La vanidad de no parecer vanidoso hará que, tal vez, la elimine. Hasta la
gloria que persigo es, en el fondo, una mentira. ¡Menuda raza de imbéciles, la nuestra!
Soy como un hombre que encuentra una mujer fea y se enamora de ella.
VII
¡Qué
cosa inmensamente tonta y cruelmente burlesca es esa palabra llamada Dios!
VIII
A
mi juicio, la última palabra de lo sublime en el arte debería ser el
pensamiento; es decir, la manifestación de un pensamiento tan rápido y
espiritual como puede ser el pensamiento.
¿Qué
hombre no ha sentido su mente colmada de sensaciones y de ideas absurdas, ardientes
y aterradoras? Ningún análisis podría describirlas, pero un libro por el estilo
equivaldría a la naturaleza. Pues, ¿qué cosa es la poesía, salvo la unión de la
naturaleza exquisita con el corazón y el pensamiento?
Ay,
si fuera yo poeta, ¡haría cosas tan bonitas!
Siento
en mi corazón una fuerza íntima que nadie más consigue ver. ¿Me habrán condenado
a ser para siempre un mudo que anhela hablar y que hierve de rabia? Existen
pocas situaciones tan atroces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario