Cuentos completos de Kingsley Amis
Encuad: Cartoné
Formato: 14 x 21 cm
Páginas: 576
PVP: 28 €
Traducción de Raquel Vicedo
En palabras de Terence
Donovan, «leer a Amis es como beber un trago de agua tras una caminata por el
desierto. O mejor, como beber una cerveza, un bloody mary o un gin tonic».
Esta recopilación reúne
por primera vez y en un solo volumen la totalidad de la prosa breve de Kingsley
Amis, uno de los más reconocidos maestros de la edad de oro de la narrativa
inglesa. Un agente literario es víctima de un misterioso secuestro. Unos
hombres crean una máquina del tiempo para intentar averiguar a qué sabe la
bebida en el futuro. El padre de Elizabeth Barrett Browning realiza un desesperado
intento por impedir su matrimonio con el poeta. Un profesor de Literatura de
Cambridge es en realidad un espía del MI5… Los relatos de Amis son oscuros,
juguetones, conmovedores, sorprendentes. Escritos a lo largo de cinco décadas,
y nunca hasta ahora publicados en castellano, estos cuentos alternan géneros
como el misterio, el horror o las reflexiones satíricas sobre la vida y el amor
desgraciado. En ellos descubriremos al mejor Amis: fino, satírico y mordaz,
extremadamente inteligente y con un estilo implacable que pone al límite las
posibilidades del lenguaje.
Este
era un discurso inusualmente largo para soltarle a un edecán, viniendo de
alguien con un rango inferior al de comandante. Atragantado temporalmente por
un bocado de estofado, el oficial comía tan rápido como podía mientras blandía
el dedo índice para indicar que tan pronto como fuera capaz propondría alguna
corrección rotunda a lo que acababan de decirle. Con la otra mano se rascaba la
coronilla de su brillante cabeza negra, adquiriendo por un momento el aspecto
de un corredor de apuestas que trabaja durante su hora de la comida utilizando lenguaje
tictac. Todavía no se había repuesto del todo cuando dijo:
—Ese
es el quid de la cuestión, amigo. Rylands es la raíz de todo el problema.
Tenemos un mal ejemplo en uno de los puestos de mayor responsabilidad, ¿ves? —Tragó
y después continuó—: Si el segundo al mando va por ahí como si formase parte
del destacamento a cargo del cagadero, llamando a todos por su nombre de pila,
¿qué se puede esperar? Es inevitable: la familiaridad lleva al desacato. Su
problema es que cree que sigue trabajando en Correos.
Una
fuerte oleada de ira pareció desatarse en el pecho de Thurston.
—El
comandante Rylands es el único oficial de campo de toda la unidad que sabe
hacer su trabajo. Gracias a él y a Dally, además de al sargento Beech y a los
instaladores de líneas, nuestras comunicaciones han funcionado sin problemas en
esta campaña. Gracias a ellos y a nadie más. Si siguen encargándose de todo así
de bien, por mí como si salen a la calle con el culo al aire.
El
edecán le frunció el ceño a Thurston. Después de pasarse la lengua por los
dientes de arriba, dijo:
—Pareces
olvidar, Tom, que soy el responsable de mantener la disciplina de los oficiales
de esta unidad. —Hizo una pausa para permitirle reflexionar sobre las
implicaciones personales que esto podía tener, y después asintió con la cabeza
en dirección al cabo Gordon, que se acercaba con la bebida de Thurston.
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