Tras
la inesperada llegada de una carta de un coronel a Lou, una bibliotecaria
cansada de la rutina del despacho encerrada en sus viejos mapas, los
polvorientos libros y las fichas amarillentas, es enviada a la ficticia isla
Cary, al norte de Canadá. Allí comenzará a investigar en la historia del coronel
y sus antepasados además de entablar una amistad con un oso que habita junto a
la casa.
El
oso y la naturaleza rodean a Lou por todas partes, con la ayuda de Homer, un
antiguo lugareño que la ayuda a acostumbrarse a las necesidades diarias: tener
luz al final del día, conseguir la comida o las distintas habitaciones del
lugar. Cuando descubre al sorprendente y, al mismo tiempo, delicado oso se deja
llevar por sus instintos hasta sentirse identificado con él.
Engel
logró abrirnos un pequeño mundo en el que, la sencillez y el erotismo, se dan
la mano para llevarnos por una narración que consigue que avancemos por los silenciosos
bosques o el frío del rio en el que la protagonista se baña en algunos pasajes.
En la instancia de la protagonista también descubrirá diferentes notas en las
que se habla de las costumbres y curiosidades del animal, que a pesar de Lou,
la ayudaran a conectar más de lo esperado con el oso pero que resignaran a la
misma en la investigación del misterioso coronel. Publicada en 1976, halagada y
defendida por Robertson Davies o Alice Munro además de considerada una de las
mejores novelas de la literatura canadiense. Los actos eróticos que suceden en
la nevera no se desarrollan y expanden a lo largo de la narración lo que aporta
naturalidad a la vida de Lou, incapaz de mantener una relación con los hombres,
parece inevitable las diferentes y curiosas relaciones con el oso al cual se
humaniza a lo largo del texto y que, al mismo momento, parece bestializar a la
bibliotecaria fría y gris de instituto que es Lou. En definitiva una novela que
nos lleva al corazón de la naturaleza, a través de los sentimientos de una
joven y un animal, que nos conduce hacia el lado más salvaje al que puede
llegar el ser humano en su camino por la felicidad y la sexualidad, sin perder
de vista la realidad a la que volvemos al terminar este relato.
Recomendado
para aquellos que les gusten las novelas que habla sobre la vida y la
felicidad, aquí encontraran una relación tan extraña como comprensible por las circunstancias
que rodean a la protagonista. También para aquellos que les gusten las
historias en las que se mezcla la profundización en un personaje, conoceremos
cada secreto del protagonista, hasta los diálogos concisos y certeros de los
que usa Lou para relacionarse con lo demás. Y por último para aquellos que les
gusta la prosa que envuelve a protagonista y lector en una calidez cercana y
que encierra una Bella y una bestia ocultas bajo una piel distinta.
Extractos:
A la mañana siguiente hacía calor. Se
llevó al oso al río, enganchó la cadena a un clavo del embarcadero y se
zambulló desnuda con él. El oso parecía inmenso: bajo el agua su pelaje se ahuecaba
y después se le pegaba al cuerpo como el de una foca. Lou nadó como un perrito
a su lado, lanzando pequeñas olas en su dirección. El oso respondió golpeando
la superficie del agua con la pata.
El agua estaba helada. Se disponía
a regresar a la orilla cuando el oso jugó a zambullirse debajo de ella y luego,
volviéndose de improviso, intentó saltarle encima. Lou se hundió bajo el agua y
abrió la boca para gritar. Se atragantó e intentó subir a la superficie, pero
el oso se lo impedía. Por un momento creyó que se ahogaba, pero luego encontró
aire y coraje suficientes para recorrer los pocos metros que la separaban de la
orilla, donde se desplomó en la ribera húmeda, jadeando agitadamente.
De nuevo arriba, Lou se dispuso a
navegar por la biblioteca en penumbra. Giró con mimo las cuadradas llaves de
latón, sacó con delicadeza un volumen de aquí, otro de allá. La colección era
excelente aunque no excesivamente erudita; los descendientes de Cary la habían
ampliado para que cubriese el siglo XIX en tres idiomas. Hume. Smollett. Hume y
Smollett. Byron, cómo no, y los demás románticos. Sheridan, Dickens, Thackeray.
Eliot. Nada de Trollope. La señora Gaskell. Bulwer-Lytton. Ah, Darwin…, pero no
una primera edición. Jane Austen, por supuesto. Maupassant. Lamartine. Goethe,
Schiller, mucho más en alemán, aunque ella no leía alemán.
La señora Hemans («Permaneció el
muchacho en la cubierta en llamas…») y Eliza Cook («La quiero, la quiero, y
quién se atreverá a reprenderme por querer esa vieja butaca»), un orgullo para
las mujeres. Los pensamientos nocturnos de Young. ¡Oh, todo!
Lou había acabado ejerciendo su
profesión porque le encantaba leer. Cayó en la cuenta, mientras curioseaba por
las grandes estanterías, de lo poco que leía ahora. Trabajaba sobre todo con
papeles indescifrables y mapas sobrescritos. En lo que a libros concernía, solo
se ocupaba de su exterior. Aquí tendría tiempo para leer.
Editorial: Impedimenta
Autor: Marian EngelPáginas: 168
Precio: 20,95 euros
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